La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

domingo, 28 de junio de 2020

¿Adonde?

¿ADONDE?

Este, el que veís aquí, es
el caracol de mi desconcierto,
y sobre el,
inquieto ,
cabalga una langosta,
temerosa de si misma,
escapada de una plaga.

Escapar de una plaga
para llegar a una pandemia. 

Quiero,
reivindica,
no ser más que un saltamontes 
perdido. Eso quiero.

El caracol, 
de piedra,
no responde.

De repente entiendo.
Yo soy el caracol de piedra,
húmedo,
seco,
muerto de miedo.

©joseantoniovidalcastaño, 28, junio 2020.
Foto del autor.


domingo, 21 de junio de 2020

Xemi y la Venta l'Home


Xemi y la Venta l’Home

Cuando el camino natural para viajar de Valencia a los madriles era la Nacional III, allá por los años ochenta y más del siglo XX, una venta con sabor quijotesco y voluntad renacentista cumplía las funciones gastronómicas de acogida amable, buen yantar y ‘lugar de encuentros’ entre gentes de la más diversa condición; viajeros deseosos de encontrar un rincón donde hacer un alto en el camino, comer o cenar bien y por añadidura mantener una conversación inteligente.
            Todo era posible en Venta l’Home, un establecimiento decorado a la antigua y regentado por un personaje singular: Xemi Baviera que acaba de fallecer a los 76 años de edad. Xemi era lo que se dice liberal y progresista; derrochaba empatía y era capaz de arrancarte cuanto menos una sonrisa. Un día regresábamos Pilar y yo a Valencia por aquella carretera de una visita a la capital para que mis hijos Carlos y Jordi muy pequeños conocieran el museo del Prado y los lugares principales de la capital. Paramos en la Venta a reponer fuerzas. Una hermosa tarde otoñal iniciaba su declive. Nos atendió Xemi. Los niños estaban pesados, con sueño. Recién terminado el postre se sentó con nosotros la madre de Xemi que regaló a nuestros hijos una cajita con huevos de sus gallinas. Un detalle inolvidable... ¿Recordaría acaso que tan solo mes y medio antes estuvimos en la espléndida fiesta del verano que se organizó allí con acentos culturales y donde acudimos en calidad de invitados?
            Y estuvimos antes y después en otras ocasiones, fruto, una de ellas, por ejemplo, de una estancias en Requena para pasar las Pascuas en un albergue con los niños. Una noche nos escapamos hasta el término de Buñol para cenar en la Venta de l’Home… Leo, me dicen, que hoy no es ni sombre de lo que fue la Venta. Claro, Xemi ya no está…
            No se, no puedo recordar cuantas veces paramos o paré en aquel lugar para disfrutar de una copa y unos aperitivos con o sin Xemi. Tal vez, con otros amigos de aquellos tiempos. Allí se hacían realidad encuentros que deparaban conocimiento o sorpresa. No eran pocos los personajes del mundo de la cultura, artes o política que disfrutaban, al paso, de aquella Venta. Hasta las paradas más prosaicas y comunes eran siempre gratificantes… Hasta la vista, Xemi.
©joseantoniovidalcastaño. 21/06/20
                    
Xemi Baviera en plena conversación

Un lugar duijotesco junto a la N-III en el término municipal de Buñol (València)

viernes, 5 de junio de 2020

La batalla de Occidente y 1914


Texto original de la reseña publicada el 1 de febrero de 2020 en Postdata (Levante EMV).
 
1914. La Europa del odio y la barbarie


Èric Vuillard (Lyon, 1968) es uno de los mejores escritores europeos de las últimas décadas. El premio Goncourt 2017 concedido a su deslumbrante narración El orden del día, aportó el espaldarazo definitivo a su talento, reconocido ya en los galardones otorgados a Conquistadors, en 2010, Tristeza de la tierra en, 2015) o, a 14 juillet también en 2017. 


La batalla de Occidente (premios Franz Hessel, 2012 y Valery Larbaud, 2013) publicada por Tusquets en 2019, es una seductora y audaz propuesta literaria acerca de las “razones” de la sinrazón que condujo a la Gran Guerra europea, librada entre 1914 y 1918, la más absurda y brutal contienda de alcance mundial que inició ¾en opinión de Hobsbawm, que comparto¾ el “corto” siglo XX. Toda la explosividad del mundo estalló a partir del mortal atentado perpetrado por el nacionalista serbio Gavrilo Princip contra al heredero de la corona. El suceso puso al descubierto la carencias políticas de “un imperio [el austro-húngaro] multiétnico en la era de los nacionalismos” (Astorri y Salvatori, 2011) desencadenando la más burda sucesión de declaraciones de guerra.  


Guerra extremadamente sanguinaria, más propia de contiendas civiles que de un conflicto de intereses que dará “origen ¾sostiene Jacques Le Goff¾ a una cultura bélica del odio y la barbarie”. Sentimientos que contribuirán, sin duda, a truncar el sueño de un proyecto  europeo común a salvo de rencores nacionales.    


Dotada de sutil ironía, La batalla de Occidente nos aproxima a las claves interpretativas de esta contienda que devastó a Europa, aquejada por la presión política de minorías étnico-culturales enfrentadas a poderes dinásticos y sempiternas rivalidades entre potencias coloniales, impotentes a la hora de evitar enfrentamientos. La lectura de La batalla… es tan apasionante como la mejor novela o el más erudito ensayo. Estamos ante una narración peculiar que permite la lectura y degustación de cada capítulo como pieza separada, aunque pronto nos enganchamos al hilo narrativo trazado por Vuillard para atraparnos y seguirle en su brillante esfuerzo por hurgar en la Historia.


Algunas imágenes motivan la lectura al comienzo de estos fogonazos literarios. El texto ironiza: “En el principio hubo un gusto común (…) Los nietos de la reina Victoria ocupaban los tronos de Inglaterra y Alemania (…) Todas las coronas de Europa poseían ancestros que habían dormido en las mismas sábanas.” Pero… Pronto sabemos que el servicio militar apareció en Prusia en 1814, cien años antes de la catástrofe… y de que existía, “el mismo picor en la piel, la misma astilla.” Es decir, una paz precaria y llena de alianzas alimentadas por apetencias territoriales frustradas.  


Había quien no descansaba maquinando un plan perfecto. El conde prusiano Alfred von Schlieffen, “enjuto viejo, avinagrado”, hijo de militar y excombatiente contra los franceses llevaba toda una vida, desde el Estado Mayor, haciendo cálculos fabricando mapas y especulando para planificar la más colosal de las guerras. El Plan Schlieffen, aseguraba la invasión y derrota de Francia. Plan meticuloso, matemático, que preveía una guerra necesaria donde la vida humana tan solo sería un elemento más. Schlieffen, perfecciona, retoca, año tras año, su plan; añade estrategias militares tomadas de Von Moltke y Clausewitz. Concibe la guerra como “parte esencial de un plan divino.” Imbuye a Prusia y luego a Alemania de “ese nacionalismo militar, que es un suicidio”.


Y el 22 de agosto de 1914 empieza la tragedia en Lorena y Las Ardenas. Vuillard establece un símil entre los record deportivos y los bélicos, para concluir que, “las guerras han ido más rápido”. Se organiza una espantosa carnicería. Más y más alemanes avanzan y caen frente a franceses e ingleses que resisten dejando tantos muertos como los atacantes. Italianos y austriacos se las tienen entre ellos; entran en liza ejércitos de  Europa oriental y otomanos, japoneses y un etcétera que alcanza a estadounidenses, australianos y canadienses. Las armas se imponen decididamente a las letras; se cavan trincheras para morir y matar en ellas; se lanzan gases tóxicos; escuadras de aviones y flotas de guerra dominan cielos y mares. Odio y metralla. Fuego, destrucción, millones de muertos e inválidos; seres  desesperados que han perdido el aspecto y la dignidad humanas…


Una locura sin fin a cuyo socaire fue posible  la “gran diablura de otoño” de 1917: el octubre rojo y el poder soviético, reclamando en medio de esta infernal contienda la Paz, que votarán en un decreto “para liberar a la humanidad de los horrores de la guerra”, mientras continua la guerra en la Europa del sur y del oeste hasta el agotamiento por la posesión de “la tierra de nadie”. Espacio destruido y “sagrado” sobre el que —sarcásticamente— escribe Vuillard: “Los hombres se amenazan y se quieren (…) y cuanto más pasa el tiempo, más las bombas que se lanzan son pruebas de amor”.           

Viene a cuento la referencia a 1917, la película de Sam Mendes, que recién he visto y que tanto tiene que ver, pese a expresarse en lenguaje distinto con este libro. Si el gran referente fílmico de esta guerra es la portentosa Senderos de gloria (1957) de Stanley Kubrick, pronto descubrimos que, 1917, inspirada por un suceso “real” que afectó a los británicos que peleaba junto a franceses, por su impecable factura técnico-estética nos mete de lleno en el mundo de esta guerra.      


             Al otro lado de la trinchera ascendemos a un cementerio infinito lleno de cráteres y alambradas, de barro, mugre, sangre y fuego. Tanques abandonados, caballos muertos, ratas inmensas; aviones que se estrellan contra nosotros; centenares de miles de fundas de obuses, balas y proyectiles de todo tipo. Contenemos la respiración y apretamos los dientes. La imaginería de la muerte y la destrucción, la exhibición del dolor me acercan a la prosa fría del Ernst Jünger de Tempestades de acero. Tanto Vuillard como Mendes cuentan sus historias con estilo y técnica diferentes y ambos nos hacen pensar en el horror del que nos advirtiera Joseph Conrad a fuerza de bucear en  sueños y fantasmas interiores. 


¿FÚTBOL? Si la pandemia lo permite




¿FÚTBOL?
Si la pandemia lo permite…

I
Hace días que Juan Afligido, futbolero empedernido desde sus tiempos de policía rural en la baronía de Polija, le preocupa hondamente el futuro del fútbol. A ver, no le preocupa la práctica aficionada del juego, ni el juego —más o menos deportivo— en si mismo. No, no le aflige sino que le ilusiona el esfuerzo más o menos artístico de darle patadas a un balón para meter goles en una portería improvisada, incluso imaginada sobre líneas trazadas en la tierra o recubiertas de piedras y, con ello, sudar la camiseta a pleno sol o al aire libre, como hacen millones de jóvenes en todo el orbe, con apenas distinciones de sexo, lengua, religión, etc., todos los días y en los más inimaginables lugares; bajo un cielo borrascoso u otro azulón y aborregado; sobre la arena de cualquier playa o sobre cemento puro y duro.
             
Ese fútbol era, es el fútbol en su esencia, el del patio de colegio, el de cualquier calle de atrás de una vivienda suburbana o las inmediaciones de un taller o de una fábrica... jugado tanto por chicas desde los años de la Primera Guerra Mundial, allá por 1918, como por chicos en los descansos de las batallas de aquella guerra. Y todo para jugarse, ¿quién sabe?, ¿unas ‘perras’?, ¿la consideración de los hombres que debían emplearlas (a las chicas)? ¿el liderazgo del grupo? ¿encontrar nuevos amigos?, tal vez o, para ¿robustecer el yo adormecido?, ¡uf! ¿una ronda de cerveza?, puede. Y ¿la necesidad de lucir fuerza y habilidad para epatar a tu pareja…? Bueno, y todo ello, amén de realizar por gusto y sin afán comercial, la tarea de estirar músculos y fortalecer huesos pateando al ‘esférico’ para refirmar vitalidad y ganas de estar en el mundo, aunque sea en este mundo de mierda que surgirá, si dios no lo remedia, de  ataque del miserable, arrogante y letal, covid-19.
           
            Tras estas reflexiones, Juan Afligido necesitaba comunicar a alguien lo que pensaba sobre ese otro fútbol-espectáculo que era el que le entretenía  y atemorizaba . Se desesperaba en su soledad; ese ‘deporte de masas’, ese inmenso escaparate de inmensos estadios e inmensas multitudes; la locura de los locutores berreando goles, de las teles largando monsergas sobre lo que estamos viendo: No comentan, animan a no pensar; ese derroche de luz, de millones de kilovatios-hora para la magia de los partidos nocturnos… Una pandemia  social es lo que era y es; una nueva religión mundial… desde que derivó hacía pasión arrogante y monstruosa, canalizadora de sueños imposibles y violentas manadas.
             
            Llegada la fase 2 de la “desescalada” (¡que palabro!), Afligido estaba más confuso que nunca. Y la Liga de futbol iba a ponerse de nuevo en marcha como ya lo había hecho la Bundesliga y pronto lo haría la Premier… Reunión información por Internet, tirando de papá Google y de otras redes y hasta un algún libro. Leyó, apuntó, repasó: “Juego inventado en Inglaterra a finales del siglo XIX por caballeros —y además de ingleses (añadió) ricos— que necesitó de un reglamento propio para diferenciarlo del rugby. Al modernizarse pasó a ser considerado, por muchos tratadistas, el mayor espectáculo del mundo…”. << Lo que no dicen es que es un supermillonario negocio multinacional con clubes que cotizan en bolsa… y manejan apuestas millonarias… Luces y grandezas a la par que sombras y miserias o tumultos de suburbio; ocupación, por horas e incluso días, de plazas y calles cuando los equipos ganan los torneos; rocambolescas ceremonias político-deportivas que no admiten  parangón más que con los espectáculos circenses de la antigua Roma y de sus imponentes gladiadores de efímera fama. Eso eran los ases del futbol profesional, gladiadores. Profesionales en el arte de proporcionar morbo y diversión a la plebe, al populacho y, sin embargo, también deleite a ciudadanos de mejor condición, cuando lo apreciaban como entretenimiento más que con fervor casi religioso… y así es o suele ser, cuando la practica del juego es elegante, bella y victoriosa… Pocas veces. >>

            En esto recordó Juan, la tarjeta profesional de Ruvira y Furtamantes que todavía dormitaba en el bolsillo de su camisa. Ruvira estuvo ligado a las pesquisas policiales en torno a la extraña muerte de Vázquez Montalbán cuando mediaba en el fichaje de un delantero centro que precisaba el club de sus amores… Sin perder un segundo más, pulsó las teclas que hicieron bramar el celular del periodista que rebotó contra la página 218 (ligeramente inclinada)  y caer en la 219 del libro que leía y que se le escapó de entre las manos para conciliar la siesta borreguil de la tarde, casi veraniega, de finales de mayo.
             Oriol Ruvira i Furtamantes, a medio afeitar y somnoliento, jornalero de la tecla e investigador privado a ratos, se rehízo y recuperó el control para agarrar su Iphone 8 que al vuelo. Una voz que le pareció venir de ultratumba le pedía consejo sobre no se que relacionado con el futbol ¿romano?, ¿los gladiadores? Mientras contestaba echó una mirada al libro, El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, y el capítulo donde interrumpió la lectura no podía ser, a tenor de lo que oía, el más apropiado: “Un deporte de evasión”. Toda una declaración de intenciones y exposición de motivos sintetizados en cuatro páginas estupendas que acababan con esta lapidaria frase: “ Si Dios tuviera tiempo para ocuparse del fútbol, ¿cuántos dirigentes quedarían vivos?”   
   Pero… (era la hora de la siesta y Ruvira la disfrutaba) ¿Quién? ¡Usted! Si saldré a pasear y si, no vivo lejos de esa plaza. Así que yo también. Qué remedio… En quince minutos me reúno con usted.
   Se lo agradezco (la voz de Afligido le llegaba lejana). Mire. No me deja dormir la conclusión  a la que he llegado. Si. ¿Cuál?, pues que los futbolistas modernos, si, sobre todo las estrellas como Messí, Cristiano, Iniesta, Neymar etc., bueno, todos y podría incluirse a las chicas que han entrado en el profesionalismo, son como los gladiadores de Roma… Y he sabido que estos desaparecieron o los extinguieron en enero del año 404 de la era cristiana. O sea que el cristianismo y los bárbaros del norte acabaron con el espectáculo circense de los romanos y eso era como el fútbol de ahora… Y yo. No sé. Estoy angustiado. No quiero que el futbol-espectáculo se acabe. Y esto del coronavirus, pues… es una amenaza. Ya soy muy viejo y que no me quiten mis dos o tres partidos a la semana…  
            A Juan Afligido se le iba la voz por momentos. Así que Ruvira optó por tener una cita presencial y zanjar el problema. Le reafirmo la cita y cerró de golpe la conexión.

II

            Mientras rumiaba una estrategia, para su encuentro con Afligido, Ruvira dio dos vueltas de llave a la puerta de su apartamento y se colocó, no sin dificultad, su mascarilla FFP2. Era solo un momento hasta alcanzar su coche. Tuvo que esperar para abrir la portezuela pues tres mozuelas de esplendidas formas caminaban por la estrecha calle cogidas del brazo y sin ningún elemento de protección; riendo y jugando con sus smarphones. No le costó arrancar al tiempo que se quitaba y plegaba su mascarilla… Lo que vio mientras conducía no era muy diferente de lo habitual. Algunos conductores circulaban con la mascarilla puesta, sin embargo la mayoría de los paseantes y presuntas runners despreciaban, por lo visto, las medidas de seguridad de la autoridad sanitaria había calificado de “distanciamiento”…
      Durante el corto viaje Oriol reflexionó acerca de aquel fútbol-espectáculo. << A diferencia de aquellos esclavos del imperio de los césares (hoy del imperio del dólar, el euro y la libra) estos gladiadores suelen disfrutar de larga vida y mejor fama; gozar de privilegios: salarios de escándalo, lujosas viviendas; los mejores vehículos privados, el disfrute de los placeres sexuales prohibitivos y un largo etcétera que convierten a sus estrellas en nuevos dioses. Había más. Y no por disfrutar de todo ello estos nuevos gladiadores (salvando las distancias de tiempo y circunstancia), algunos no dejaban de protagonizar escándalos, incumpliendo normas sociales y fiscales sin acarrearles más que leves sanciones. Esto tiene su sentido y es a la vez un contrasentido. ¡Claro! Dinero y espectáculo doblegan voluntades políticas, crean adicción, fervores y favores. Eso supone impunidad sin disminuir la popularidad. ¡Dios!, más bien, la acrecienta. Lo cierto es que todo ello parece muy, pero que muy atractivo.




III
Ruvira había llegado muy cerca del lugar de la cita. Bajó enmascarillado del vehículo. Tuvo que esforzarse para no pisar dos o tres pares de guantes que yacían entre las ruedas, arrojados, sin duda, recientemente y sin mayor cuidado… Dos esquinas más abajo un contenedor de basuras permanecía abierto. De una bisagra pendían varias mascarillas de tipo casero hechas de trapos o vestidos, incluso un par de las llamadas quirúrgicas …
            No tardó en localizar a impaciente Afligido, aunque seguía pensando en el fútbol-espectáculo, si, aquel más que deporte ideado por caballeros ociosos para ser jugado por obreros y algunos bribones, en fin, por gentes vulgares… << Se ha profesionalizado y privatizado al máximo. Y ese espectáculo, el de los grandes estadios y multitudes vocingleras de hooligans y supporters, de “hinchas” y forofos: esos culés, merengues, colchoneros, granotas, armeros… eran, en ocasiones, ultra-violentos y estaban fanatizados, sin embargo abundaban quienes, llenos de sudores y clamores honrados, traducían las victorias de su equipo como logros propios, compensaciones morales con las que paliar sus innumerables frustraciones.
            En uno de los extremos de un banco de piedra pulida, le esperaba Juan Afligido que vestía un polo pasado de moda pero que aún le sentaba bien, ocultando parcialmente su tendencia a la obesidad.
            La tarde declinó hasta alcanzar palidez extrema, el paisaje se tornó moderadamente espectral.
            Sin más ceremonia, Ruvira se sentó en el otro extremo del banco y reinició la conversación. No dejó meter baza inicial al anciano Afligido.
—La cosa no pinta bien. Nada bien, precisamente por las apetencias de los clubes y federaciones, la prepotencia de los dirigentes que han presionado hasta conseguir que sus gladiadores pasen las pruebas del covid-19 antes incluso que sanitarios y ciudadanos que pudieran estar afectados… Además, ¡Qué podemos hacer! La Liga se reiniciará en unos días, como si no hubiese pasado nada. ¡Van a caer como moscas! ¡Conmigo que no cuenten! Y además. Me imagino que usted odiará, como yo, que le ordenen como y cuando tiene que aplaudir o silbar. Estará, lógicamente prohibido… insultar y escupir…¡Brrr! Esto ya no es fútbol. Ya no es un espectáculo y menos un deporte. Veremos entrenos de marionetas robotizadas, apto para bobos adictos de la imagen. Un juego estúpido al estilo de los concursos más banales…
—Si, contestó Afligido. No sabe como le agradezco que haya venido. Si. Todo lo que dice y más. El fútbol necesita de la pasión de las masas. Es un deporte de contacto. De golpes, patadas, escupitajos y traiciones; de robos de balones y carteras; de llenos hasta la bandera; de fiesta y calor (calentura incluso) en las gradas, para superar el luto permanente de la miseria; de clases sociales bajas, de salarios precarios y voces desesperadas. El fútbol es hijo de eso…
—Es cierto. Ruvira se puso de pie: ¿Cómo evitar que después de marcar, el jugador que sea, evite toda emoción? ¿Cómo evitar que esas gotitas que contagian no pasen a la cara de otros compañeros o de un arbitro? ¿Cómo suprimir los abrazos? ¿Cómo desterrar los impulsos? No quiero ni imaginar las respuestas.
—¿No ha visto usted Un juego de caballeros esa miniserie británica que pasan por una de esas plataformas de pago. ¡Fantástica! No ¿verdad? Véala, Ruvira. Ilustra sobre los comienzos del futbol profesional en el norte de la Inglaterra. Los jugadores luchaban contra los patronos con el mismo ardor con el que jugaban para ganar cada partido y también luchaban entre si; luchaban en las fábricas y en las canchas tanto para defender su orgullo de pobres como para divertirse y mejorar su físico. Cada partido ganado a un club de caballeros era un ascenso moral que podía ayudar en lo material y si se organizaba un campeonato, competían para reafirmar su derecho a existir como clase. No podían hacerlo sin el concurso de los fans, es decir de sus familiares, amigos y seguidores, tan pobres y desesperados como ellos… Ese empuje, esa audacia de clase… Y la necesidad de ganar llevaba a la de tener los mejores jugadores y si era preciso presionar a sus jefes para comparar-los. Este es el origen de las estrellas y los mercados de futbolistas… Las normas y el fair play no lo admitían pero no tardó en imponerse. La necesidad de ganar se sobreponía a cualquier otra… En poco más de un siglo, ya ve…  

Así estuvieron hasta que comenzaron a duplicarse y a triplicarse la cantidad de gente que poblaba la plaza. Había varios candidatos a sentarse en el banco. Afligido y Ruvira levantaron sus puños por toda despedida e iniciaron su retirada, mientras se desplegaban por la plaza toda clase de runners, y nuevos deportistas, niños, y algún que otro anciano. Se podían  contar con los dedos de una mano a los que portaban mascarilla.

©José Antonio Vidal Castaño, 2 de junio 2020 (De Las historias de Juan Afligido)

Galeano cuenta historias de los Mundiales. El último el que ganó España en 2010. Escribe: "Lo ganó (...) por obra y gracia de su fútbol solidario (...) y por la asombrosa habilidad de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.


Las primeras futbolistas de la historia en un partido entre equipos de obreras de fábrica en el algún punto del nordeste de Inglaterra, en A. Wahl: Historia del fútbol.  

martes, 28 de enero de 2020

Un, dos, tres. Robot inglés

Mi reseña del día 18 de enero de 2020 en el cultural POSDATA del diario Levante-EMV. 

La novela nos enfrenta con el enigmático mundo de los robots con apariencia humana.



1917 y la barbarie

Ayer, por fin, pude ver '1917' la película de Sam Mendes que ha estado en boca de todos los cinéfilos de ayer y de hoy en las últimas semanas. 

Las críticas y opiniones fiables (¿?) pasaban de más a menos, conforme transcurrían las horas; es decir del 9, 90 inicial, a dos o tres puntos menos en ese tiempo. Había quién apuntaba más bajo...
Leí esas críticas y escuché las opiniones. Me citaban referencias y me ponían comparaciones con cintas admirables que figuran ya en la historia del género bélico y del cine universal como: 'Salvar al soldado Ryan' 'Dunkerke', o, 'Senderos de gloria'...

Pues bien, me acojo -como otras tantas veces- a la teoría de la relatividad y a las referencias estéticas de lo complejo frente a lo sencillo. Similitudes y circunstancias parecidas ¡claro que las hay! Influencias: todas y ninguna; que si la perfección técnica; que si las sensaciones "brutales" del efecto plano-único; que si la excelente fotografía de Roger Deakins, que si la soberbia ambientación y la magistral interpretación de característicos como Colin Firth y de "novatos" que encarnan a los dos jóvenes soldados protagonistas: Willy Schofield y Blake... En fin.

1917, es una suma de virtudes cinematográficas, las citadas y otras que nos conmueven, nos fijan al sillón del espectador y nos mantienen con el alma -si es que la tenemos- o lo que sea, en vilo; el gaznate seco y la angustia de no poder ayudar a esos dos chicos a atravesar la "tierra de nadie", plagada de muertos, ratas inmensas, túneles con trampas explosivas, aviones que se estrellan contra nosotros... y balas asesinas... 

Sabemos que la apariencia del plano-continuo es un truco magistralmente resuelto; una exquisitez técnica que acrecienta la sensación de realidad, de verismo, hasta el punto que a veces parece que nos encontramos en medio de la viñeta de un cómic o, atrapados en el núcleo de un videojuego sobre como esquivar a la muerte que nos persigue con saña. 

Tenemos, si, la sensación de que estamos bajando por la trinchera hasta el centro del infierno o ascendiendo, cuando llegamos a la superficie, a un cementerio infinito, lleno de cráteres y alambradas, de barro, mugre, sangre y fuego. Tanques abandonados, caballos muertos, centenares de miles de fundas de obuses, balas y proyectiles de todo tipo, ya disparados... Contenemos la respiración y apretamos los dientes...

A mi, la constante imaginería de la muerte, de la destrucción del enemigo, de la exhibición del dolor en torno a la Guerra, a la Técnica y las Estrategias militares (mayúsculas aposta), servidas por un apabullante manejo de la fotografía (como es el caso), me acercan a referentes literarios. Me recuerdan sobre todo la prosa fría y precisa del Ernst Jünger de 'Tempestades de acero' o de 'Los acantilados de mármol'... mucho más que la capacidad emocional que trasmiten novelas como 'El Fuego' de Henri Barbusse o 'Los campos del honor' de Jean Rouaud. 

Una novela (¿?) leída estos días pasados La batalla de Occidente de Éric Vuillard me ha remitido, por su capacidad para promover la auto-reflexión, a las claves para comprender la sistemática autodestrucción que Europa se viene imponiendo desde 1914. Y 1917 fue un punto de inflexión que películas como la de Mendes nos obligar a ver en su más cruda realidad.

Pero 1917 no es solo una película de guerra, es ante todo una historia bien contada, la de dos muchachos perdidos en el HORROR (recuerden a Joseph Conrad) de un viaje alucinante, de una misión casi imposible; de una continua y surreal visita a nuestros sueños y fantasmas interiores. Véanse con cuidado los avatares de nuestros héroes en los túneles, la tierna pero imposible secuencia de Willy con la chica francesa escondida y su bebé; la huida y caída del mismo en un río más peligroso que una batalla o, el impactante y sentido final... 

24-01-2020.



martes, 24 de diciembre de 2019

Un entrañable encuentro

VIVIR EL PRESENTE, REVIVIR EL PASADO
Jueves, 19 de diciembre de 2019.


Si. El encuentro fue hace poco más de 48 horas en la playa de la Patacona de Alboraya (Valencia). Fue un momento, unas dos horas que pasaron en segundos, entrañable, intenso, alegre... Algo incluso surreal.

Ana Micaela Torres, a mi derecha en la foto del brindis, fue mi alumna de primaria en Valdepeñas de Jaén, no la Valdepeñas del vino sino la de los olivos y “aceituneros altivos” que cantara Miguel Hernández. Fue mi primer destino “definitivo” como maestro de Primaria.

Ana fue la primera víctima de mi labor destructiva de tradiciones familiares. Tomó los libros y emprendió el camino de los estudios que le llevarían a ser profe de secundaria en Cortegana ( Huelva). Ella dice que le cambié la vida...

De esto hace la friolera de 48 años, todos los que estuvimos sin vernos. Me ha llamado muchas veces, ha leído mis libros y hace meses me comunico que venía a Valencia con un grupo de sus alumnos, compañeros y padres. Era necesario el re-encuentro y esta es la foto del brindis que lo confirma.

Hace medio siglo. Tiempo presente, a fin de cuentas.

El brindis