Texto original de la reseña publicada el 1 de febrero de 2020 en Postdata (Levante EMV).
1914. La Europa del odio y la barbarie
Èric Vuillard
(Lyon, 1968) es uno de los mejores escritores europeos de las últimas décadas.
El premio Goncourt 2017 concedido a su deslumbrante narración El orden del
día, aportó el espaldarazo definitivo a su talento, reconocido ya en
los galardones otorgados a Conquistadors, en 2010, Tristeza de la
tierra en, 2015) o, a 14 juillet también en 2017.
La batalla de Occidente (premios Franz Hessel,
2012 y Valery Larbaud, 2013) publicada por Tusquets en 2019, es una seductora y
audaz propuesta literaria acerca de las “razones” de la sinrazón que condujo a
la Gran Guerra europea, librada entre 1914 y 1918, la más absurda y brutal contienda
de alcance mundial que inició ¾en opinión de
Hobsbawm, que comparto¾ el “corto”
siglo XX. Toda la explosividad del mundo estalló a partir del mortal atentado perpetrado
por el nacionalista serbio Gavrilo Princip contra al heredero de la corona. El
suceso puso al descubierto la carencias políticas de “un imperio [el
austro-húngaro] multiétnico en la era de los nacionalismos” (Astorri y
Salvatori, 2011) desencadenando la más burda sucesión de declaraciones de
guerra.
Guerra extremadamente sanguinaria, más propia de contiendas civiles que
de un conflicto de intereses que dará “origen ¾sostiene Jacques Le Goff¾ a una
cultura bélica del odio y la barbarie”. Sentimientos que contribuirán, sin
duda, a truncar el sueño de un proyecto europeo
común a salvo de rencores nacionales.
Dotada de sutil ironía, La batalla de Occidente nos aproxima a
las claves interpretativas de esta contienda que devastó a Europa, aquejada por
la presión política de minorías étnico-culturales enfrentadas a poderes
dinásticos y sempiternas rivalidades entre potencias coloniales, impotentes a
la hora de evitar enfrentamientos. La lectura de La batalla… es tan
apasionante como la mejor novela o el más erudito ensayo. Estamos ante una
narración peculiar que permite la lectura y degustación de cada capítulo como
pieza separada, aunque pronto nos enganchamos al hilo narrativo trazado por
Vuillard para atraparnos y seguirle en su brillante esfuerzo por hurgar en la Historia.
Algunas imágenes motivan la lectura al comienzo de estos fogonazos
literarios. El texto ironiza: “En el principio hubo un gusto común (…) Los
nietos de la reina Victoria ocupaban los tronos de Inglaterra y Alemania (…)
Todas las coronas de Europa poseían ancestros que habían dormido en las mismas
sábanas.” Pero… Pronto sabemos que el servicio militar apareció en Prusia en
1814, cien años antes de la catástrofe… y de que existía, “el mismo picor en la
piel, la misma astilla.” Es decir, una paz precaria y llena de alianzas
alimentadas por apetencias territoriales frustradas.
Había quien no descansaba maquinando un plan perfecto. El conde
prusiano Alfred von Schlieffen, “enjuto viejo, avinagrado”, hijo de militar y
excombatiente contra los franceses llevaba toda una vida, desde el Estado
Mayor, haciendo cálculos fabricando mapas y especulando para planificar la más
colosal de las guerras. El Plan Schlieffen, aseguraba la invasión y derrota de
Francia. Plan meticuloso, matemático, que preveía una guerra necesaria donde la
vida humana tan solo sería un elemento más. Schlieffen, perfecciona, retoca,
año tras año, su plan; añade estrategias militares tomadas de Von Moltke y Clausewitz.
Concibe la guerra como “parte esencial de un plan divino.” Imbuye a Prusia y
luego a Alemania de “ese nacionalismo militar, que es un suicidio”.
Y el 22 de agosto de 1914 empieza la tragedia en Lorena y Las Ardenas.
Vuillard establece un símil entre los record deportivos y los bélicos, para
concluir que, “las guerras han ido más rápido”. Se organiza una espantosa
carnicería. Más y más alemanes avanzan y caen frente a franceses e ingleses que
resisten dejando tantos muertos como los atacantes. Italianos y austriacos se
las tienen entre ellos; entran en liza ejércitos de Europa oriental y otomanos, japoneses y un
etcétera que alcanza a estadounidenses, australianos y canadienses. Las armas
se imponen decididamente a las letras; se cavan trincheras para morir y matar
en ellas; se lanzan gases tóxicos; escuadras de aviones y flotas de guerra dominan
cielos y mares. Odio y metralla. Fuego, destrucción, millones de muertos e
inválidos; seres desesperados que han
perdido el aspecto y la dignidad humanas…
Una locura sin fin a cuyo socaire fue posible la “gran diablura de otoño” de 1917: el
octubre rojo y el poder soviético, reclamando en medio de esta infernal contienda
la Paz, que votarán en un decreto “para liberar a la humanidad de los horrores
de la guerra”, mientras continua la guerra en la Europa del sur y del oeste
hasta el agotamiento por la posesión de “la tierra de nadie”. Espacio destruido
y “sagrado” sobre el que —sarcásticamente— escribe Vuillard: “Los hombres se
amenazan y se quieren (…) y cuanto más pasa el tiempo, más las bombas que se
lanzan son pruebas de amor”.
Viene a cuento la referencia a 1917,
la película de Sam Mendes, que recién he visto y que tanto tiene que ver, pese
a expresarse en lenguaje distinto con este libro. Si el gran referente fílmico
de esta guerra es la portentosa Senderos
de gloria (1957) de Stanley Kubrick, pronto descubrimos que, 1917, inspirada por un suceso “real” que
afectó a los británicos que peleaba junto a franceses, por su impecable factura
técnico-estética nos mete de lleno en el mundo de esta guerra.
Al otro lado de la trinchera ascendemos a un
cementerio infinito lleno de cráteres y alambradas, de barro, mugre, sangre y
fuego. Tanques abandonados, caballos muertos, ratas inmensas; aviones que se
estrellan contra nosotros; centenares de miles de fundas de obuses, balas y
proyectiles de todo tipo. Contenemos la respiración y apretamos los dientes. La
imaginería de la muerte y la destrucción, la exhibición del dolor me acercan a
la prosa fría del Ernst Jünger de Tempestades
de acero. Tanto Vuillard como Mendes cuentan sus historias con estilo y
técnica diferentes y ambos nos hacen pensar en el horror del que nos advirtiera
Joseph Conrad a fuerza de bucear en sueños y fantasmas interiores.
Estimado José Antonio Vidal Castaño, Mi nombre es Ignacio Martin. Investigo una persona que creo, estuvo en el campo de Septfonds. Le ruego se ponga en contacto conmigo en el correo ignamarjime@hotmail.com. Le agradezco enormemente su atención. Y siento comunicarme con usted a través de este blog, ya que no he conseguido encontrar una dirección a la que dirigirme. Gracias por adelantado. Reciba un cordial saludo. Ignacio
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