Despedida
Si me
quieres escribir
ya sabes mi
paradero
Y Él, Oseas, decidió
apartarse, por un tiempo.
¿O sería por todo el
tiempo?
Julio,
Este verano de 2019
estaba siendo para él, Oseas, infinitamente más tempestuoso que fuera El largo y cálido verano de 1958 para
Paul Neumann y sus compañeros de elenco en aquella soberbia película de Martín
Ritt, tan ajustada a trágicos y calientes relatos sureños, imaginados a golpe
de pluma por un William Faulkner en feraz vena productiva.
Él, Oseas, también he sido expulsado
de sus vecindarios posibles. Ya no sabía si porque aún se recordaba su vieja y soterrada
rebeldía ante lo partidista, lo doctrinario o, por el contrario, era por su
acrisolado conformismo, no excluyente —faltaría más— de un desplante o un mal
gesto. Tanto da.
El caso es que él, Oseas, había decidido,
llegadas estas fechas y en su frustrante estado actual optar por el silencio y
evitar así tentaciones o nuevas ocasiones…
Es Oseas, él, quién recuerda y acaba
recitando, cerrando por un momento los ojos en señal de recogimiento, lo que ya
hace más de quinientos años enunciara en verso Jorge Manrique para dar
contenido a un subtítulo que dice Fin,
Conmigo solo
contiendo
En una
fuerte contienda,
Y no hallo quién me entienda,
Ni yo tampoco me entiendo;
Entiendo
y sé lo que quiero,
Más no entiendo lo que quiera
Quien quiere siempre que muera
Sin querer creer que muero.
Agosto,
ÉL, Oseas, ya sin
piernas, carece, por ende, de caballo y de montura. No pude salvar siquiera una
de sus herrumbrosas lanzas con las que se defendía. Pero el mal nunca es absoluto.
Samuel, él, se dice: me acompañan don Quijote y Clavileño con quienes me he
lanzado a la conquista de espacios infinitos. El caballero de la Triste Figura
me anuncia la persistencia de la rabia y de la idea machadianas, tras rasgar el
certificado que atestigua mi ruina literaria. Una ruina —afirma el desfacedor
de entuertos— “gloriosa e imperecedera pues, es, la evidencia”, me recalca, “de
la desigual batalla que libraré, muy pronto, contra escritorzuelos y rufianes de
toda laya, sediciosos y malandrines que cohabitan en contubernio con las letras…”
Su voz resuena en el Valle de la
Insatisfacción como un poderoso eco que se va apagando… “Si, repite don Quijote
con hidalguía (¿qué significa esto?) lucharé con denuedo contra quienes se autoproclaman paladines de la
contracultura y poco más abajo se reconocen seductores instagramers e influencers;
también contra los moderados y burgueses al viejo estilo…”
“¡No podrán, no!”, truena con voz
cascada don Quijote. Dice algo sobre imponer su voluntad y sobre el amplio
recorrido de la escritura de él, de Oseas. Sancho Panza duerme ya hace tiempo
sobre unos jergones apilados junto a un silo. Don Quijote se ha quedado
traspuesto sobre Clavileño que ha detenido su viaje en la séptima constelación
a la altura de una enorme piedra que es en realidad, vista desde la tierra, una
enorme estrella plagada de pistolas que disparan sin cesar sobre el tricornio
acharolado de la noche de los tiempos
En esto don Quijote se dirige a él,
Oseas, para decirle que abandone el sueño y se avenga a la palabra. El de los
molinos de viento siente la necesidad de recogerse para orar y le ruega a él, a
Oseas, que componga, sin más dilación, una despedida en verso o algo similar.
Él, Oseas, así lo hace. Lo que viene, traduce la ocurrencia en un poema muy
malo:
Roto, sucio,
desmañado,
Brinco por barrancos
soñando prostitutas perdidas
Sin palabras de
apoyo; sin gota de consuelo.
Ruge el verano
fiero. Oseas
no anda ni hace su
camino, no vuela ni en sueños;
Vive sin vivir la
¿transubstanciación? con dolor… Y por eso nos deja:
Hasta ahora, hasta luego;
Hasta siempre o, hasta
nunca.
Y el asta no es de toro. Y el que avisa no es traidor.
8-8-19
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