Historia, memoria y represión franquista
Por José
Antonio Vidal Castaño . 19 marzo, 2014 en Siglos XIX y XX
En los
últimos años estamos asistiendo a un fenómeno de carácter socio-político relativamente
nuevo que consiste en el creciente interés de las nuevas generaciones (nietos
de los perdedores de la Guerra Civil) por conocer más y mejor su pasado
reciente. Un pasado que se les ha escamoteado, tanto por el silencio de sus
mayores como por políticas educativas escasamente interesadas en iluminar las
zonas oscuras del mismo. Este interés, que parece no detenerse, está centrado
en torno a la franja temporal comprendida, grosso modo, entre 1930 y
1960, con atención preferente al segmento que comprende los años treinta y
cuarenta; es decir, que la mayor curiosidad y afán de conocimiento están
centrados en los capítulos que abarcan: la Segunda República y sus
antecedentes; la Guerra Civil española entre 1936 y 1939 y el llamado primer
franquismo, desde los inicios de la dictadura y hasta bien entrados los
años cincuenta.
Este interés
se hace extensible a etapas posteriores del franquismo hasta la muerte del
dictador e incluso a los primeros años de la transición a la democracia,
cuando se comprende la íntima conexión entre la Guerra Civil y el franquismo
con el pacto político que hizo posible la transición; una transición cuyos
resultados han venido condicionando el desarrollo posterior de la democracia.
La
Transición, claro
Las
preguntas, o al menos las más importantes, no tienen aún una respuesta
convincente. Todo parece indicar que esta debió ser una de las condiciones
impuestas por la parte contratante que fue aceptada por la parte contratada de
forma más o menos vinculante y con efectos retroactivos.
La
transición ha sido presentada, y es razonable albergar pocas dudas al respecto,
como el único “pacto posible” en su momento y dadas las circunstancias,
entre los partidos de la oposición democrática, liderados por los Felipe González,
Santiago Carrillo, Jordi Pujol… entre otros, y los políticos franquistas
de nuevo y viejo cuño con Adolfo Suárez y Manuel Fraga a la cabeza.
Así ha sido
enlatada y exportada con la etiqueta de máxima garantía y calidad en los
mercados europeo y mundial de valores democráticos. Lo que resulta palmario es
que no se produjo, en modo alguno, la (anunciada por algunos y temida por
otros) depuración de responsabilidades.
El sistema
de libertades se sobrepuso al Estado y el tipo de sociedad forjados por la
dictadura. Hubo una parcial e incompleta restitución de bienes y propiedades a
partidos políticos, a algunos sindicatos o colectivos…, pensiones a viudas de
militares republicanos y de maestros depurados, pero, y esto es importante,
nadie desenterraría muertos (se ha hecho y se seguirá haciendo), ni pediría
cuentas a los antiguos vencedores por su rebelión militar contra la Segunda
República que desencadenó la guerra, ni por sus crímenes en la dictadura…
¿Dónde se
puso el punto final? ¿Cuáles eran los plazos temporales acordados? El
decreto-ley de Amnistía de julio de 1976, tramitado por iniciativa
parlamentaria, y ampliamente reclamado por la oposición en la calle, estableció
de facto ese punto final.
Javier
Tusell ha dejado escrito en el prólogo del tomo 42 dedicado a la Transición de
la Historia de España Menéndez Pidal (Espasa-Calpe, 2001), lo siguiente:
“El revisionismo histórico de la transición debe partir del estado de nuestros
conocimientos, y éste en la actualidad ofrece un panorama francamente
mejorable”. Y sigue: “Se concede una importancia desmesurada a las elecciones o
al texto constitucional, que fueron la consecuencia o el resultado de la
transición, y no esta misma”.
Así están
las cosas y estarán mientras no se analice a fondo el tema. Las cuentas del
pasado, de un pasado doloroso, con más de doscientos mil muertos, centenares de
miles de tullidos y enfermos crónicos, seiscientos mil exiliados, etcétera, se
cancelaban con la transición como quién cierra un programa de ordenador.
Sin duda,
esta cuestión ha estado gravitando, como una espada de Damocles, sobre
el Estado democrático y sigue todavía entorpeciendo el avance hacia una
recuperación [efectiva] de la memoria de las víctimas de la represión
franquista; y por eso también el impacto de la Guerra Civil y sus
consecuencias continúan vigentes, tras casi cuarenta años de dictadura y otros
tantos de democracia, hasta convertirse en un tema recurrente que aún cautiva
parte del interés general cuando, una y otra vez, hace su aparición.
George L.
Mosse ya advirtió sagazmente en 1975, que “la historia es siempre
contemporánea”. Según este especialista en el estudio de la cultura del
nacionalsocialismo, lo que ocurrió en Alemania entre 1929 y 1945 “no está tan
lejos de nuestros propios dilemas…” explica en La nacionalización de las
masas (Marcial Pons, 2005, p. 276).
¿Pudo
hacerse la Transición de otra manera?
Es cierto
que está de moda la literatura y la historia contra-factual, y que abunda la
especulación en torno a la idea de ¿qué hubiera pasado si…? En su novela La
conjura contra América, Philip Roth imagina la Casa Blanca gobernada por
un nazi, en lugar de F. D. Roosevelt, que fue su primer inquilino durante
la Segunda Guerra Mundial.
¿Hubiese un
nazi reaccionado peor que Truman (sucesor real de Roosevelt), ordenando lanzar
bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿Se hubiese comportado peor un
nazi que George W. Bush en su definición del “eje del mal” y las agresiones
militares a Afganistán e Irak?
La política
es, además de otras muchas cosas, el arte de lo posible. Los
protagonistas de la Transición no han cesado de afirmar que su modus
operandi fue el único posible. La pureza de sus intenciones parece
innegable. Debemos de tener en cuenta como una de las piedras angulares de
debate sobre la transición a la democracia vigente que Franco murió en la cama.
No fue derribado por ninguna de las muchas “conspiraciones comunistas y
judeo-masónicas” que el Generalísimo soñó a lo largo de su dilatada
permanencia como conductor de la nave del estado.
Varios
atentados preparados para acabar con su vida fracasaron. El único atentado
exitoso fue el perpetrado por un camarero [mesero] mexicano quién, a
fuerza de soportar la cháchara inútil contra Franco y las mil posibilidades
supuestas por los exiliados que se reúnen en el bar donde trabaja, decide, en
unas vacaciones, viajar a España como turista y aprovechando el tumulto
existente en el desfile de la Victoria, logra asesinar al ‘enano del Pardo’,
volviendo sano y salvo a México DF. Claro que esto ocurre en la ficción
literaria, la ideada por el genial transterrado Max Aub en su
cuento: La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco,
que, prohibidísima, sería editada en 1979 por Seix Barral en su famosa
‘Biblioteca Breve’. Una lectura que recomiendo encarecidamente.
Por el
contrario, el dictador, tuvo mucho tiempo, con la ayuda de las potencias y ex
potencias democráticas, por obra y gracia de la Guerra Fría y de la
práctica inexistencia de una oposición en el interior de España -si hacemos excepción
del movimiento guerrillero o maquis controlado mayoritariamente por el
PCE-, para perpetuarse en el ejercicio del poder y ganar adeptos, aprovechando
la pasividad que suele generar el paso de los años y los frutos políticos que
proporciona el disfrute de una incipiente sociedad de consumo, aún a costa de
la hiper-explotación de los trabajadores, tras los tiempos de la autarquía más
férrea y la más negra miseria.
La larga
duración del franquismo le proporcionó tiempo para invertir la
situación de hostilidad y rechazo que despertaba el régimen entre las masas
trabajadoras, buena parte de las capas medias urbanas y amplios sectores de las
zonas agrarias; despoblando el campo y ensanchando el perímetro de las
ciudades; inventando el “turismo de sol y playa”, fomentando, entre otras
maravillas, la adquisición de viviendas baratas para sustituir así la cultura
del inquilino por la mentalidad del propietario, más conformista y capaz de
adaptarse al sistema.
Franco
empujó a la emigración a centenares de miles de trabajadores (unos tres
millones hacia 1963), convirtiendo este éxodo laboral en uno de los ejes de su
política económica… Se mantuvo firme en la represión hasta el final.
Unas semanas antes de su muerte, no le tembló el pulso para confirmar cinco
sentencias de muerte a tres militantes comunistas del FRAP y dos miembros de
ETA, que fueron pasados por las armas el 27 de septiembre de 1975. Acto de
fuerza del que dirá Pere Ysàs en su Disidencia y subversión (Crítica,
2004): “Desde la creciente debilidad, la última imagen del franquismo es tan
brutal como la primera, pero sin embargo es también patética.”
No es mi
objetivo insistir en estas consideraciones. Sí lo es el proponer preguntas.
¿Hasta qué punto el olvido del pasado derivó de la transición democrática?
¿Hasta dónde puede llegar la sombra que proyecta sobre el pasado más reciente
el franquismo sin Franco? ¿Estamos hablando de Historia y por lo tanto del
pasado, o también de la actualidad y por lo tanto del presente?
El
franquismo leído y repensado como un inmenso fraude histórico y moral; la
Transición investigada como un legado que ofrece incógnitas por despejar,
ángulos oscuros…
Pero los
hechos son tozudos y pese a trabas y dificultades, pese a la permanente
invitación al olvido de los herederos de Franco en nombre de “no reabrir viejas
heridas” se han ido recuperando, y podría decirse que a buen ritmo, las
voces del pasado; testimonios que han estimulado estudios, películas
documentales y de ficción, libros de historia, biografías y auto memorias
personales; se ha afianzado una rama de la historiografía centrada en el
período franquista de muy variopinta calidad, que ha sembrado de minas el
campo abonado por la amnesia y los banales discursos en torno a una
reconciliación. A mayor amnesia, más y mejor reconciliación, se venía
recomendando y se recomienda todavía desde ciertos púlpitos mediáticos,
predicando un aparente deseo de objetividad. Este binomio es radicalmente
falso.
La
memoria histórica
Cierto es
que la actual efervescencia por la recuperación de la memoria está contaminada
de impurezas, de aspectos y teorías, en ocasiones, poco contrastadas; pero no
es menos cierto que ha servido para poner la primera piedra contra el edificio
de la desmemoria.
Una reacción
tal vez un poco tardía que ha preparado el terreno para las recientes acciones
y propuestas que nos permiten establecer la existencia, pero no los límites, de
la fuerte demanda social de memoria que se manifiesta
públicamente y en los más diversos foros…
Una demanda
que no ha parado de crecer desde que comenzaron a ser desenterrados los muertos
sin nombre, los desaparecidos de la dictadura, arrojados en fosas
comunes y cunetas. Esta labor, iniciada por la Asociación para la
Recuperación de la Memoria Histórica, ha conseguido atraer la atención de
los medios de comunicación.
En los últimos años, se han exhumado numerosos cadáveres que, además de ser de nuevo enterrados con la dignidad y respeto que reclaman sus familiares, han promovido el interés general por el conocimiento de esa historia inmediata. Esta circunstancia ha propiciado también otros debates más especializados sobre el interés de cómo realizar con garantías científicas las exhumaciones y, por ende, el desarrollo de lo que llamaré informalmente una arqueología del franquismo o de la represión franquista.
El no haber
tomado parte en los conflictos que conformaron el mapa europeo tras 1918 y 1945
confiere un rasgo un tanto peculiar a la reconstrucción de nuestro pasado
reciente. El sistema democrático vencedor en Europa de los fascismos fue derrotado
sin paliativos en España. La memoria de los que perdieron la guerra y
trataron de resistir a la dictadura tendrá que rehacerse en España por vías y
caminos alternativos a las instituciones.
En Alemania,
por ejemplo, se llevó adelante un proceso de des-nazificación; en
Francia, se enterró el régimen de Vichy y se produjo la exaltación, rayana en
la mitología, de la Resistencia francesa, ocultando los abundantes casos de
colaboracionismo, mientras que en España la dictadura fascistizada de Franco
fusilaba, encarcelaba y perseguía con saña a los resistentes antifranquistas.
Se produjo
el caso, paradójico, de los ex combatientes republicanos españoles exiliados en
Francia perdedores de una guerra y vencedores de otra (la Segunda Guerra
Mundial) al haber tomado parte activa en el Maquisard, que serán
tratados como héroes en Francia y como bandoleros (caso de los guerrilleros)
o asesinos en la España franquista.
¿Memorias?
Hoy podemos
decir que existe una cierta efervescencia en el movimiento recuperador, no
exento de polémicas, tras la insuficiente ‘ley Zapatero’ promulgada el
31 de octubre de 2007, que sin criminalizar al franquismo prestaba cobertura a
las exhumaciones de las víctimas arrojadas en caminos, cunetas, etc., sin
permitir la apertura de fosas comunes… Mal llamada Ley de la Memoria Histórica,
hoy carece prácticamente de dotación presupuestaria.
Una de esas
cuestiones insoslayables en este asunto es si debemos recuperar toda la
memoria, o permitir que una memoria tape y se sobreponga a otra. Parece obvio
que debemos recuperar toda la memoria…
Volviendo al caso de Alemania sabemos que la recuperación de la memoria del genocidio nazi y el horror de los campos de exterminio ha tenido que superar dificultades, tales como la sistemática negación de la existencia de los campos, promovida y mantenido por determinados movimientos y grupos xenófobos y no exclusivamente de carácter ultraderechista neo-nazi.
Esta batalla histórica ganada con toda justicia por las víctimas del Holocausto ocupa, a su pesar, todo el campo semántico y fáctico de la memoria alemana, dejando en la penumbra, entre otros asuntos, lo que ha dado en llamarse memoria de la destrucción. Y esa destrucción no es otra que la sufrida por las ciudades alemanas como Dresde o Berlín donde se produjeron los mayores bombardeos de la historia, realizados por las fuerzas aéreas anglo-norteamericanas (cuando la guerra estaba ya ganada por los aliados). No es más que un ejemplo, pero no debe tomarse a la ligera. G. W. Sebald, en su Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2004), lo trata con toda intensidad.
Esta consideración no debe ser excusa ni condicionante para conceder prioridad absoluta al rescate de la memoria de los defensores de la República democrática en España, de los humillados y de las víctimas de la represión franquista condenados al silencio y a sufrir el permanente agravio comparativo de la imposición de ritos, tradiciones y lugares de la memoria franquista; una memoria prepotente y siempre “presente” y amenazante.
A modo de advertencia, me parece interesante señalar algunas consideraciones, puede que intempestivas, en íntima conexión con los problemas apuntados:
La tarea de reconstrucción de la memoria es tan importante que requiere disponer de la adecuada perspectiva histórica, tan necesaria como la proximidad a los hechos, a sus protagonistas y a los escenarios; amén de sentido de la oportunidad…
El fantasma de la Guerra Civil en la trastienda de los almacenes de la memoria nos visitará todavía por mucho tiempo, de momento cada década, como apunta Antonio Elorza (El País, 17-9-2005, en “Vuelve el 36”): “Nos encontramos ante una detestable deriva de signo demagógico inclinada a los intereses y a la sensibilidad de la extrema derecha”.
Es difícil paliar con medidas de urgencia las carencias que se arrastran desde los años ochenta del siglo pasado.
La memoria, como explica Paul Ricoeur, uno de sus mayores estudiosos, no se reconstruye solo a golpe de conmemoraciones y monumentos; requiere de algo más que buenas voluntades o visiones dogmáticas, parece que es necesario evitar los “abusos de la memoria” que Ricoeur, recogiendo palabras de Todorov en su Les abus de la mémoire (Paidós Ibérica, 2000), advierte en su libro La memoria, la historia, el olvido (Trotta, 2003), de recomendable lectura para el noble esfuerzo de reconstruir la historia de nuestro pasado reciente.
http://anatomiadelahistoria.com/2014/03/historia-memoria-y-represion-franquista/
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