Ayer me dieron un tiro. Un tiro por la espalda. No puedo precisar si fue a la altura de la nuca o algo más arriba. El caso es que la bala se alojó en mi cerebro. Y allí permanece mientras agonizo.
Serían sobre la siete y unos minutos de la tarde, de una tarde de septiembre entre veraniega y otoñal. Sol radiante y ambiente cálido. La ejecución fue, al parecer, comentada algo después de finalizado el evento. Un incidente sin importancia considerarán algunos, ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se ha marchado? ¿Por qué no se quedó de pie como otros muchos? Y el organizador máximo: Sí. Debería haber aceptado los “asientos” que le ofreció un amigo suyo y no ser tan… impaciente. ¡Por fin nos hemos deshecho de este ególatra; qué se habrá creído? Puede que, esta última, sea una maligna interpretación de un suceso sin mayor importancia o, como suele considerarse, un imprevisto o un fallo de organización y no, en modo alguno, ¿cómo se me ocurre pensarlo?, la sistemática desatención a un colaborador incondicional de actos culturales.
Es cierto que un buen amigo, cargo público a la sazón, me ofreció, al punto de iniciarse mi retirada del lugar, su propio asiento en primera fila. Gesto magnífico, ofrecimiento que decliné estando ya ofuscado, un tanto airado. Vayan por delante mis disculpas al amigo pero no podía aceptar. Primero porque no iba solo, segundo porque los justos no deben pagar por pecadores y tercero porque llovía sobre mojado. La reacción a desaires anteriores y en repetidas ocasiones, se manifestaban de golpe.
Mi primera idea al recibir el tiro era la de que no era un tiro
merecido. “A veces se pega el tiro a quien no debe…” escribía en su
columna (pura coincidencia) Juan José Millas hablando de una película
con dimisiones y suicidios políticos, entre otras cosas. Pero, claro, el
autor añade: “por puro asco”. Y me pregunto: ¿Tan repelente resulto o
puedo llegar a resultar? Así que, tras pensarlo concienzudamente, decidí
que sí, que soy un monstruo, y que la decisión de dejarme fuera del
evento, de pegarme —casualmente— un tiro cultural era correcta. Y me
dejé invadir lo más rápidamente que pude por el disparo. Mientras
agonizo, sí, me acuso de desear —intensamente— y por un momento, que el
tiro rebote en algún libro de acero y reviente el casco de prepotencia e
hipocresía con el que se cubre mi ejecutor-organizador.
29 de septiembre de 2018
Nota del redactor: La relación entre el cartel que ilustra el relato que estás leyendo y el contenido del mismo, es puramente simbólica. El cuento está basado en hechos reales, aunque cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
29 de septiembre de 2018
Nota del redactor: La relación entre el cartel que ilustra el relato que estás leyendo y el contenido del mismo, es puramente simbólica. El cuento está basado en hechos reales, aunque cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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