Tu sonrisa
en el espacio
de una calle
vacía
en el París
soñado y para nosotros
eterno.
¡Oh!, Marguerite
Sillas vacías
acostadas sobre los blancos manteles
de la nada,
del ser y el no ser, del tiempo que no es tiempo, y de
los bolsillos y las
manos vacías,
del todo vacío, si, todo vacío
excepto el resplandor de tu mirada.
¡Oh!, o será Ho (con esa hache impronunciable)
de hondo y no de onda
en la cerveza presentida en esa copa semivacía
en ese café-bar alargado
a la francesa;
en ese cuello blanco de tu abrigo,
que como espuma
sobrevuela la muerte
aquella de Horosima
y las de ahora; y tu
sin dejar la sonrisa...
Una sonrisa que deletrea
tu dolor, ese dolor, tuyo
tan nuestro...
¡Oh Marguerite!
José A. Vidal Castaño (marzo, 16)
(para Sir Richard, un británico que adora lo francés)
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