La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

jueves, 18 de febrero de 2016

JUSTO SERNA Y LA LETRA PEQUEÑA DE MUÑOZ MOLINA

13 de febrero a las 20:00 ·





Ayer, 12 de febrero de 2016, atento a su invitación, acompañé en la mesa a Justo Serna para presentar su libro, ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LA LETRA PEQUEÑA que ha editado SÍLEX. Almudena leyó un precioso texto de Justo y Marina Sanmartín hizo la introducción. Estas fueron las palabras que escribí para la ocasión, entrañable por tantos conceptos, entre otros por la calidad del público asistente.
 


“Si nadie te reconoce y nadie te nombra
poco a poco vas dejando de existir”
Antonio Muñoz Molina en La noche de los tiempos

Buenas tardes,
Comparezco aquí como rendido admirador de D. Justo Serna, en sus múltiples facetas como docente, investigador y autor reconocido por sus aportaciones, siempre variadas y originales al campo de la historia cultural y de la historiografía; del ensayo y la crítica literarias, de la crónica social y del latir de la fauna socio-política protagonista de La Farsa valenciana (uno de sus títulos, por cierto). Desde la crónica y el artículo periodístico, pasando por la revista especializada; el libro-catálogo de exposiciones y las presentaciones de libros propios o de otros autores; por el alimento de su blog o de las páginas de Facebook, la pluma prolífica y fácil de Justo Serna habita y se hace carne entre nosotros, sus lectores.



Resumir su trayectoria y méritos en cualquiera de los campos citados es más que ardua tarea que no pretendo ni debo abordar aquí. Solo decir que me siento muy honrado por acompañarle en este acto, y de habitar, de nuevo, en esta librería Ramón Llull, tan acogedora y solidaria con la gente que escribe sin hacer distinciones de sexo, raza, lengua, etcétera y de lo que hoy parece importante resaltar, de edad. Hablar de la Ramón Llull es citar un referente para los amantes de la lectura, de las situaciones de encuentro y debate de ideas; un espacio de libertad y cordura en el que tiene mucha responsabilidad, Almudena, por su sensibilidad, donaire y buen hacer.

Esta es la segunda vez que acompaño a Justo en este menester. En junio de 2015, era él quien presentaba mi libro de relatos Asalto al tren pagador, y hoy, soy yo quien me siento a su lado para recomendar-les la lectura de su nuevo ensayo en torno a esa inmensa figura de nuestras letras actuales que es Antonio Muñoz Molina.

Justo Serna había escrito ya un certero y agudo análisis crítico-literario de la obra de Muñoz Molina en dos, al menos que yo recuerde, de sus ensayos: Pasados ejemplares. Historia y narración en Antonio Muñoz Molina en 2004 y luego en La imaginación histórica, un texto editado en 2012 que –por cierto– cambió mi percepción sobre como leer a algunos de los novelistas españoles actuales. No contento con ello, abordó la literatura de D. Antonio en un ensayo más complejo que llevaba por título el nombre y los apellidos del escritor, seguidos del sugerente subtítulo: El tiempo en nuestras manos, editado por Fórcola en 2014. 

En este libro Justo hacía un repaso a través de las grandes novelas de Muñoz Molina y de las criaturas que en ellas intervienen (llamo la atención sobre aquello de llamar criaturas a los personajes de una narración) fijando su atención en algunos aspectos puntuales: las palabras y su relación con las cosas; el pasado; el permanente mito del traidor y del héroe; las miradas de los otros sobre nuestras propias fantasías; fantasías que a las que llama animadas; sobre vistas hermosas; sobre desolaciones íntimas… para terminar con el título escrito en inglés y sus innumerables significados. Aquel libro sentaba las bases para una lectura de Muñoz Molina que trata de superar -sin dejar de sentirla- esa tensión moral entre el pasado y el presente; entre lo real y lo ficticio.

En este libro, Serna, se ocupa de La letra pequeña, que no menuda de Muñoz Molina.

En este nuevo texto, intertextual como todos los suyos e inclasificable como pocos, Serna vuelve a sorprendernos con una lectura diversa sobre esa literatura pequeña –pequeña no en grandeza, ni en ambición; tal vez en extensión– lo que nos podría llevar a pensar en artículos periodísticos, discursos, entrevistas o reportajes como el del pasado domingo en El País Semanal dedicado al director de orquesta Heras Casado, y por supuesto en los ensayos o diarios. Pero lo de la letra pequeña es más que un título o una sugerencia, es un concepto; un concepto que supone una negación. No hay textos pequeños en Muñoz Molina. y estos no deben desligarse de sus grandes novelas.

Para hablarnos de todo ello no establece una relación explícita (ni falta que hace) acerca de estos textos sino que sobrevuela sobre el conjunto; ora ofrece pinceladas y digresiones; ora referencias generales o relaciones insólitas, que nos conducen de nuevo a los grandes temas de Muñoz Molina, que uno sospecha son también, en buena parte, los de nuestro autor; es decir nos devuelve a sus novelas. Podrían haber estado en esta Letra pequeña sus comentarios, por ejemplo, sobre su magistral ensayo Todo lo que era sólido (Anagrama, 2014). Pero Serna –que ya había tocado el tema– se limita a hacer una referencia en las primeras páginas comparando la seriedad de Muñoz Molina, la de su talante, que se trasluce en todo este punzante texto sobre la España que hemos vivido y que vivimos todavía; pero que a nuestro autor “valenciano de alegría”, como diría Miguel Hernández, y desde su propio punto de vista, le pareció una visión, tal vez, demasiado abrumadora de la realidad y –con su mejor vena humorística– le espetó en una de sus conversas:

- “Ya sé que la amenaza de las cosas es extrema, pero habrá que bromear alguna vez, ¿no?...”

Leído luego el volumen, Serna escribió que: “Comprobé algo estremecedor: que aún podemos empeorar más y que el diagnóstico que él firma –D. Antonio, claro– se podía agravar día a día”. Se prometió releer el ensayo.

Todo lo que viene después sobre la literatura pequeña de Muñoz Molina es que en ella, permanece el constante reconocimiento, la deuda del escritor jienense con un escritor francés, conocido por todos, que asaltó (por lo menos este fue mi caso) nuestra imaginación infantil o juvenil, o ambas; que nos transportó desde las profundidades submarinas a los lugares más inhóspitos y a una isla misteriosa, o entre otros desvaríos, a los cráteres de los volcanes y al propio centro de la tierra. Sí, lo han adivinado. Hablamos del prolífico escritor Jules Verne. Y Serna lo documenta, en la medida que hereda esta influencia con estas palabras: “Cada vez más, por el enorme desinterés que me provoca la política española, vivo inmerso en una especie de batiscafo, un globo de aire submarino en el que me aíslo. La imagen –reconoce– no me pertenece: procede de Julio Verne y procede de Antonio Muñoz Molina…”. Se trata, en suma, de disponer de un refugio contra “las crudas afrentas de la realidad”. Esta referencia ya procedía de su blog, de Los papeles de Justo Serna y la citó, en su momento, en relación con Eduardo Mendoza, al tratar de la influencia ejercida por las grandes novelas que convierten en ficción la realidad, sobre los escritores como fue lo que le ocurrió al autor de Una comedia ligera al leer Guerra y Paz de Tolstói.

Las ciento diez páginas en las que Serna nos deleita con sus análisis sobre la literatura pequeña muñoz-moliniana, rozan aspectos de su maniera de escribir, de narrar, que resuelve a base de imágenes, de diálogo con su propia realidad, de miradas a su espacio exterior e interior, de alusiones y derivaciones constantes hacia los temas que le preocupan, de comparaciones al uso o no, de metáforas, de imágenes… en las que aparecen muchos temas, entre los que tan solo llamaré la atención sobre algunos de ellos. 

Por ejemplo, el tema de la relación de los estudios de Muñoz Molina (licenciatura en Historia del Arte y en Periodismo) con su obra. Serna define a Muñoz M. como un “narrador consumado que escribe habitualmente sobre arte y sobre política”. Una definición que requiere de, al menos, dos cualidades, tengan o no relación con los estudios realizados: la de ser un fisgón y la de ser un mirón. Una curiosidad la de fisgonear que no conoce límites y una mirada –nos explica– capaz de apropiarse de las miradas pictóricas de Goya o Hopper, a través de sus cuadros. Serna

La relación de la mirada de Muñoz Molina con la pintura de Hopper, sobre todo, la establecerá de manera provocativa y le lleva a concluir que en Muñoz M: “No hay frase irrelevante. No hay obra menor. No hay idea secundaria”. Muñoz Molina vive instalado en una realidad que viene a ser, que es como las ventanas (windows) de nuestro ordenador, que se abren o se cierran a voluntad, para mirar nuestro paisaje, el que nos rodea y el que tenemos en la cabeza, para hacer sobre él una Digresión filosófica como la que hizo el propio Hopper en una de sus lienzos, así titulado, que pintó en 1959. 

Hay pues, además de otras cosas, una fórmula mágica: “Hay que aprender a mirar”, y traduciendo esto a la mentalidad de un escritor, incluso de un lector, Serna sugiere: “Deberíamos aprender a captar, a conectar –primero– y solo después a conjeturar sobre lo no dicho o lo no mostrado”. Esto nos daría -nos da- una gran libertad de pensar, de decir cosas, de fantasear, teniendo una información escasa (este es uno de los temas favoritos de Justo; el de ver y hacer que los lectores vean a los personajes desde la opacidad que les rodea, desde una escasa, insegura y frágil información; lo que nos obliga –y esto, creo, no es (en mi opinión), pese a que lo parezca, un rasgo de la posmodernidad sino de una modernidad luminosa e ilustrada, [nos obliga] a inventar más allá de nuestros propios límites.

[Y todo esto –fuera de texto– nos lleva a los artículos de Muñoz M. sobre la pintura como guía y orientadora de una sensibilidad. ¿Por qué no otras artes? No lo sé, pero parece evidente si recorremos sus artículos publicados en El País, por citar algunos ejemplos: “El dibujante con tijeras”, “El último de los antiguos” (referido a Ingres), “Demasiado Picasso, demasiado poco” o “La exploración de la mirada” sobre el gran J. Vermeer (recuerden, la luz, Montaigne, la ilustración, el XVIII y, como no, la vida doméstica y cotidiana, y por último “El pintor en el cine”, donde esa mirada del escritor que también es pintor, es la que penetra en el cine, en nuestro mundo….]

Es lo que hace Muñoz M en su diario Ventanas de Manhattan (2004) y así nos lo descubre Serna que se extiende en comentarios que le llevan desde la ‘Habitación de hotel’ (Hopper, otra vez) hasta el enorme ventanal abierto a las vidas ajenas de ‘La ventana indiscreta’, de Alfred Hitchcock. Ahí es nada: la narración usando los materiales o las herramientas de la pintura, de las artes plásticas y del cine para penetrarlas y sentirse penetrado por ellas. Este, ya va siendo nuestro camino de perfección.

Y aquí, Justo Serna, cual si fuera un funámbu(lista)lo, salta de nuevo a la novela recordando El nombre de la rosa de Umberto Eco, y de ahí, vestido de transformista o de mago, nos traslada a Valencia para dejarnos unas líneas sobre las librerías que transita “tan radiantes, tan acogedoras” y que son las mismas, según el autor, en las que primero se vendió y dio a conocer el ensayo (una pieza que califica de artesanal, sinónimo -supongo- aquí de belleza), de Muñoz Molina: El faro del fin del Hudson. De nuevo Julio Verne, en este caso el de, El faro del fin del mundo. El mundo, en minúscula, sustituido por el neoyorquino Hudson, con mayúscula. Descubrimos, pues, que el escritor galo es “relevante, siempre relevante”, entrecomilla el ubetense. Aunque la esperanza de aventurarse en el más allá, en ir siempre más lejos, constante en Verne, parece contradecir la pérdida de fe en el futuro que padece el capitán Nemo.

A Muñoz Molina le preocupa también y mucho la España remota forjada en aquella España militar del tardo-franquismo, la que llegó a percibir y narrar desde su propia experiencia en el servicio militar en el País Vasco en los brutales años finales de los 70. Cuando se detiene en ella, Serna nos recalca que Muñoz Molina asumió la tradición de contar historias de la mili, y nos relató la suya propia argumentando, desde los detalles más nimios como las novatadas que sufren los reclutas, hasta las machadas, bravuconadas, las brutales ingestas de alcohol, las correrías sexuales, la irracionalidad de la burocracia cuartelera y la brutalidad e incoherencia de la disciplina. Se desmitifica, en esta crónica testimonial y memorialista novelada, el rito de paso que se suponía representaba la mili, del falso tránsito a la edad adulta, llevándolo al terreno de las fantasías personales, en los tiempos en los que el escritor no fue Antonio sino simplemente el recluta Jaén-54.

Por todo ello Justo Serna vuelve a recomendar una nueva lectura de: Ardor guerrero, un libro de 1996 (el mismo año de su Discurso, sobre Max Aub, en su investidura como académico de la RAE); un libro narrado desde la angustia de mirarse a sí mismo y –dice explícitamente– “de aceptar la existencia como destino”… Ardor guerrero nos lleva –por otros caminos– a la novela total que es El jinete polaco; amén de a un paisaje concreto, en este caso el de San Sebastián, evocado en contraposición al descrito en El invierno en Lisboa.

Ardor guerrero, nos explica Serna, no se mira en la tradición de otras narraciones militares clásicas como pudieran ser las de Robert Musil y su joven Törless, pero dispone de un hilo poderoso que une esta narración, nada menos que con Montaigne y con Joseph Conrad. “Así pues, lector, yo mismo soy la materia de mi libro”, escribe Muñoz Molina, utilizando con ello la clave de lectura que nos da Montaigne al referirse a sus propios Ensayos. Y esto lo encontramos desde el principio en el libro, pues el propio título son las dos primeras palabras del himno de la Infantería española (leerlas del libro), y la frase de Montaigne que da sentido a todo el relato.

Por otra parte en La línea de sombra, de Conrad, el referente que sirve como raya separadora entre la adolescencia y la adultez, no es el suspirar por batirse en una batalla, sino apreciar “el desajuste y la estulticia, la mediocridad e incluso la crueldad de la tropa y de sus mandos”. 

En fin… La brillantez de estas páginas y la riqueza que se esconde en este texto de Justo Serna, quiero que lo descubran por sí mismos. Hay un epígrafe que se titula “Las apariencias no engañan” (prácticamente, lo contrario de lo que suele decirse) donde se reafirma, una vez más, que son los autores, aquellos que se sienten verdaderamente creadores, los que pueden pasar y pasan del artículo y el ensayo a la novela o al relato, con la misma intensidad y con la que “también se prodigan en el mercado con textos circunstanciales, textos que son opinión o reflexión, [de] crítica literaria o [de] pensamiento urgente”.

[Quisiera hacer hincapié a una distinción que Justo Serna establece sabiamente cuando se refiere a los recursos que utiliza todo gran escritor. Y cuando hablo de recursos me refiero a citas cultas, a referencias eruditas, etc. Nuestro autor –lo he dejado puesto en un post- dice, textualmente: “Mostrar esos recursos no es necesariamente exhibicionismo y pedantería. El exhibicionista carece de pudor, no sabe frenarse; y al pedante le puede la voluntad de aplastar, de humillar, de rebasar: es algo así como quien emplea su tesoro o capital para contener a los demás a los que siempre ve como una amenaza. En el fondo la pedantería es un incurable sentimiento de inferioridad”.]

Finalmente, yo, me convierto en el funámbulo del que estamos hablando, y me traslado “en un bot” a la segunda parte de este libro que me parece sumamente atractiva; si me lo permiten, genial. Pero no voy a tener más remedio que dejarles con la miel en los labios y solo digo esto para cerrar mis palabras y ceder la palabra a Justo Serna:

Las 32 páginas siguientes hasta completar las 152 del libro editado por Sílex, más alguna sugestiva foto y la ‘confesión final’ del autor, componen una original entrevista (que se concibió inicialmente como una conversación para Ojos de papel y que se realizó en julio de 2004), diferida en el tiempo, entre ambos autores, que me parece una magistral lección de cómo preguntar y de cómo responder, de cómo enzarzarse ambos en una especie de juego para acabar diciendo cada uno, la suya, es decir la o, lo que realmente querían decir. 

Lean, lean, lean…




















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