Eduardo Mendoza nos ha obsequiado recientemente con un nuevo libro, inicio
de una posible triología y ya de entrada nos sorprende con un título tan
convertible y controvertible como inclasificable: El rey recibe.
Esto que están leyendo no es una
crítica literaria sino los comentarios de un lector asiduo de Mendoza y que, al
leerlo, no puede, cuanto menos dejar de sonreír. Y eso es una gran virtud en un
mundo que viniendo del grito y del odio se muestra autosatisfecho con la
bullanga pasivo-patriotica del idiota que escucha, come y repite.
Pero me quedo corto. Con Mendoza lo habitual para mi es reír a pierna
suelta; reír como quien duerme con placidez y de que la risa no será maléfica,
y que para disfrutarla no será necesario escalar la laberíntica torre de un
castillo medieval dónde nos aguarda un monje autoerigido en tiránico centinela
de la moral y las buenas costumbres.
Disculpadme por la alusión a la
maravillosa novela de Umberto Eco, El
nombre de la rosa. Es tan solo una cuestión de asociación de ideas pues,
bien es bien sabido que toda comparación es odiosa. La risa y la sonrisa que
provoca la literatura de Mendoza es para mi, en su mejores momentos, una “risa
floja”, ese placer que me hace temblar
durante unos minutos y cuyos efectos benéficos me suelen durar un buen rato. Y El rey recibe no es una excepción.
Como de costumbre el libro comienza con una historia estrambótica y
disparatada en los límites de lo verosímil; un opaco relato en una paradisíaca
y mal comunicada Mallorca en los años del tardofranquismo, protagonizado por un
aprendiz de periodista que tiene el encargo de cubrir un acto social y acabará,
presa del pánico y de su inexperiencia, entrevistando a un extraño príncipe
exiliado. Rufo Batalla o el incipiente plumilla, aceptará por
temor y desidia, recibir las confidencias del linajudo personajillo destituido y expulsado de su minúscula patria por
las tropas de la Rusia soviética que se apoderaron del territorio. Su pareja Queen Isabella, que se hace pasar por aristócrata, es en realidad una tal
Mónica Coover, una delincuente de medio pelo, una chica de vida turbulenta quien además tuvo un "casual" encuentro con el inocente Rufo…



Mendoza, perfil barojiano Portada del libro perfil barojiano, cara b
Rufo, que logrará publicar la
entrevista e incluso ejercer por un tiempo la dirección efectiva de Gong, una típica revista-basura, no volverá a tener relaciones directas con el príncipe de Livonia, quien tan solo reaparecerá al final de la novela. Rufo, persistente
en su relación con la misteriosa Mónica, es cooptado para ser algo
así como emisario o plenipotenciario de la oscura causa del príncipe cuyo
objetivo es volver a ocupar el trono de su invadido país mientras malvive,
acosado por deudas insalvables, a salto de mata, especulando con su futuro gracias a mil y
una jugarretas cada vez más complicadas …
Mendoza, no obstante, resumirá antes de finalizar la introducción insular, entre
las páginas 56 y 69 su visión de la España de los Fraga Iribarne y compañía que poco o nada
parecen tener en común con la realeza livoniana ausente ya del escenario hispánico,
aunque unos hilos invisibles parecen unirlos… ¿Es este el rey que recibe? ¿Qué
recibe o a quién recibe? No es un rey en efectivo, pero, ¿es acaso una promesa
virtual? ¿Es quién dice ser? ¿Guarda alguna oculta relación con otras
monarquías o dinastías cercanas a los orígenes patrióticos del autor? Veremos…
La novela deviene en autobiográía y
el Mendoza más austero y formal, siempre atento a la risa, aflora. Aparece con
sus evocaciones familiares, personales y amorosas; de equidistancias con su entorno,
tanto físico-geográfico como socio-político, así como de las confusas
motivaciones que le llevaron a abandonar esos nichos para trasladarse a Nueva
York donde le esperaba un mal remunerado aunque relativamente confortable trabajo como
funcionario.
Durante un buen trecho el verdadero
protagonista de la acción será la ciudad de Nueva York y la ambivalente visión que
Rufo (¿el autor?) tiene de la misma, influenciada tanto por el paisaje neoyorkino como
por su abulia personal en el impersonal refugio escogido: el de una sociedad
opulenta que sin embargo se aburre y donde conviven en su seno los más
estrambóticos propósitos. A través de viajes de ida y vuelta, de reflexiones
más o menos íntimas, pocas veces de gran calado, le
acompañaremos en fiestas, amoríos, y
nebulosas anécdotas. Se desmenuzará lo que parece ser una
esperiencia ambigua y escasamente interesante: la de la con-vivencia con una ciudad
que califica como única, a la que define como un mundo en sí mismo, como una
urbe siniestra y a la vez capaz de proporcionar las más insospechadas
satisfacciones y oportunidades. Lejos quedan los paseos juveniles por el comunismo desde el
corazón de la antigua RDA, su travesía por el Berlín Oriental o la desaparecida
Checoslovaquia… y las pequeñas enajenaciones que nos devolverán a su Barcelona
natal.
Las vueltas y revueltas a y por
Nueva York serán cada vez más envolventes, una megalópolis de perfiles cada vez
más inhóspitos y desangelados pero a la vez, un lugar ideal para mantenerse al
pairo, a cubierto de los vaivenes tanto de la España profunda, como de una
Cataluña inexistente y soñada; de las transiciones, transacciones y dolencias
de la vieja patria en suma. Nueva York como un refugio de la propia
equidistancia. ¿Será eso? La mínima relación con sus
compañeros de trabajo no es más que una realidad nebulosa para un Rufo cada vez más ensimismado e incapaz de desentrañar el sentido de sus relaciónes con algunos personajes femeninos y otros de
diferente o ambigua sexualidad... En todo momento, las descripciones de ambientes y lugares que
frecuenta nos darán que pensar y sobre todo que reír.
No es mi
intención repasar aquí la trayectoria de Mendoza. Quedé deslumbrado por La verdad sobre el caso Savolta (hoy
releído como Soldados de Cataluña); asombrado por la versatilidad
y capacidad de escarbar en los paisajes urbanos y las contradicciones
humanas y sociales de La ciudad de los
prodigios; reí a moco batiente con las ocurrencias de Gurb; me extasié con Una comedia ligera, retrato mas que sutil de aquella burguesía catalana “emprendedora”… y
ello sin olvidar, El año del diluvio
o los efluvios irónicos de El laberinto
de las aceitunas, La aventura del
tocador de señoras, Mauricio o las
elecciones primarias, El asombroso
viaje de Pomponio Flato… Mucho Mendoza.
Mendoza, sin embargo, me pone con El rey recibe en una
situación delicada. Debo decir que coloca treinta páginas sobre las historia
de Livonia, perfectamente prescindibles. Páginas trabajosas y creo,
innecesarias. Por lo dicho, me siento culpable de un posible juicio temerario y, es por ello, que no quiero terminar sin citarle y tratar de pedirle, con sus propias palabras,
que olvide este agravio y me perdone. Dice el maestro en la página 170 de la
edición de Seíx Barral*:
“No te preocupes, tus defectos, son defectos que la
sociedad permite, fomenta y a veces premia. Pero eres listo, alegre, simpático,
tienes curiosidad por las cosas y un espíritu inquieto que resulta contagioso.
Sin ti la vida se me hará muy monótona.”
José A. Vidal
Castaño, 1 de noviembre de 2018.
*El gato Fritz, el de la portada, fue creado por el
historietista estadounidense R. Crumb en los años sesenta y es muy apreciado por Mendoza por
tratarse, supongo, de un personaje 'transgresor'. Una perplejidad más.
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