La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

viernes, 2 de noviembre de 2018

Sobre "El rey recibe"




Eduardo Mendoza nos ha obsequiado recientemente con un nuevo libro, inicio de una posible triología y ya de entrada nos sorprende con un título tan convertible y controvertible como inclasificable: El rey recibe.
            Esto que están leyendo no es una crítica literaria sino los comentarios de un lector asiduo de Mendoza y que, al leerlo, no puede, cuanto menos dejar de sonreír. Y eso es una gran virtud en un mundo que viniendo del grito y del odio se muestra autosatisfecho con la bullanga pasivo-patriotica del idiota que escucha, come y repite.
Pero me quedo corto. Con Mendoza lo habitual para mi es reír a pierna suelta; reír como quien duerme con placidez y de que la risa no será maléfica, y que para disfrutarla no será necesario escalar la laberíntica torre de un castillo medieval dónde nos aguarda un monje autoerigido en tiránico centinela de la moral y las buenas costumbres.
            Disculpadme por la alusión a la maravillosa novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa. Es tan solo una cuestión de asociación de ideas pues, bien es bien sabido que toda comparación es odiosa. La risa y la sonrisa que provoca la literatura de Mendoza es para mi, en su mejores momentos, una “risa floja”, ese placer que  me hace temblar durante unos minutos y cuyos efectos benéficos me suelen durar un buen rato. Y El rey recibe no es una excepción.
Como de costumbre el libro comienza con una historia estrambótica y disparatada en los límites de lo verosímil; un opaco relato en una paradisíaca y mal comunicada Mallorca en los años del tardofranquismo, protagonizado por un aprendiz de periodista que tiene el encargo de cubrir un acto social y acabará, presa del pánico y de su inexperiencia, entrevistando a un extraño príncipe exiliado. Rufo Batalla o el incipiente plumilla, aceptará por temor y desidia, recibir las confidencias del linajudo personajillo destituido y expulsado de su minúscula patria por las tropas de la Rusia soviética que se apoderaron del territorio. Su pareja Queen Isabella, que se hace pasar por aristócrata, es en realidad una tal Mónica Coover, una delincuente de medio pelo, una chica de vida turbulenta quien además tuvo un "casual" encuentro con el inocente Rufo… 


Mendoza, perfil barojiano                 Portada del libro                  perfil barojiano, cara b

            Rufo, que logrará publicar la entrevista e incluso ejercer por un tiempo la dirección efectiva de Gong, una típica revista-basura, no volverá a tener relaciones directas con el príncipe de Livonia, quien tan solo reaparecerá al final de la novela. Rufo, persistente en su relación con la misteriosa Mónica, es cooptado para ser algo así como emisario o plenipotenciario de la oscura causa del príncipe cuyo objetivo es volver a ocupar el trono de su invadido país mientras malvive, acosado por deudas insalvables, a salto de mata, especulando con su futuro gracias a mil y una jugarretas cada vez más complicadas …
Mendoza, no obstante, resumirá antes de finalizar la introducción insular, entre las páginas 56 y 69 su visión de la España de los Fraga Iribarne y compañía que poco o nada parecen tener en común con la realeza livoniana ausente ya del escenario hispánico, aunque unos hilos invisibles parecen unirlos… ¿Es este el rey que recibe? ¿Qué recibe o a quién recibe? No es un rey en efectivo, pero, ¿es acaso una promesa virtual? ¿Es quién dice ser? ¿Guarda alguna oculta relación con otras monarquías o dinastías cercanas a los orígenes patrióticos del autor? Veremos…
           
            La novela deviene en autobiográía y el Mendoza más austero y formal, siempre atento a la risa, aflora. Aparece con sus evocaciones familiares, personales y amorosas; de equidistancias con su entorno, tanto físico-geográfico como  socio-político, así como de las confusas motivaciones que le llevaron a abandonar esos nichos para trasladarse a Nueva York donde le esperaba un mal remunerado aunque relativamente confortable trabajo como funcionario.
            Durante un buen trecho el verdadero protagonista de la acción será la ciudad de Nueva York y la ambivalente visión que Rufo (¿el autor?) tiene de la misma, influenciada tanto por el paisaje neoyorkino como por su abulia personal en el impersonal refugio escogido: el de una sociedad opulenta que sin embargo se aburre y donde conviven en su seno los más estrambóticos propósitos. A través de viajes de ida y vuelta, de reflexiones más o menos íntimas, pocas veces de gran calado, le acompañaremos en fiestas, amoríos, y nebulosas anécdotas. Se desmenuzará lo que parece ser una esperiencia ambigua y escasamente interesante: la de la con-vivencia con una ciudad que califica como única, a la que define como un mundo en sí mismo, como una urbe siniestra y a la vez capaz de proporcionar las más insospechadas satisfacciones y oportunidades. Lejos quedan los paseos juveniles por el comunismo desde el corazón de la antigua RDA, su travesía por el Berlín Oriental o la desaparecida Checoslovaquia… y las pequeñas enajenaciones que nos devolverán a su Barcelona natal.
          Las vueltas y revueltas a y por Nueva York serán cada vez más envolventes, una megalópolis de perfiles cada vez más inhóspitos y desangelados pero a la vez, un lugar ideal para mantenerse al pairo, a cubierto de los vaivenes tanto de la España profunda, como de una Cataluña inexistente y soñada; de las transiciones, transacciones y dolencias de la vieja patria en suma. Nueva York como un refugio de la propia equidistancia. ¿Será eso? La mínima relación con sus compañeros de trabajo no es más que una realidad nebulosa para un Rufo cada vez más ensimismado e incapaz de desentrañar el sentido de sus relaciónes con  algunos personajes femeninos y otros de diferente o ambigua sexualidad... En todo momento, las descripciones de ambientes y lugares que frecuenta nos darán que pensar y sobre todo que reír.
             No es mi intención repasar aquí la trayectoria de Mendoza. Quedé deslumbrado por La verdad sobre el caso Savolta (hoy releído como Soldados de Cataluña); asombrado por la versatilidad y capacidad de escarbar en los paisajes urbanos y las contradicciones humanas y sociales de La ciudad de los prodigios; reí a moco batiente con las ocurrencias de Gurb; me extasié con Una comedia ligera, retrato mas que sutil de aquella burguesía catalana “emprendedora”… y ello sin olvidar, El año del diluvio o los efluvios irónicos de El laberinto de las aceitunas, La aventura del tocador de señoras, Mauricio o las elecciones primarias, El asombroso viaje de Pomponio Flato… Mucho Mendoza.
            Mendoza, sin embargo, me pone con El rey recibe en una situación delicada. Debo decir que coloca treinta páginas sobre las historia de Livonia, perfectamente prescindibles. Páginas trabajosas y creo, innecesarias. Por lo dicho, me siento culpable de un posible juicio temerario y, es por ello, que no quiero terminar sin citarle y tratar de pedirle, con sus propias palabras, que olvide este agravio y me perdone. Dice el maestro en la página 170 de la edición de Seíx Barral*:
“No te preocupes, tus defectos, son defectos que la sociedad permite, fomenta y a veces premia. Pero eres listo, alegre, simpático, tienes curiosidad por las cosas y un espíritu inquieto que resulta contagioso. Sin ti la vida se me hará muy monótona.”
José A. Vidal Castaño, 1 de noviembre de 2018.

*El gato Fritz, el de la portada, fue creado por el historietista estadounidense R. Crumb en los años sesenta y es muy apreciado por Mendoza por tratarse, supongo, de un personaje 'transgresor'. Una perplejidad más.   


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