La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

martes, 21 de febrero de 2017

MÚSICA “CULTA” Y VACAS


Alessandro Baricco es un novelista y ensayista, también periodista e incluso musicólogo  turinés que pertenece a esa generación de la falsa posmodernidad que gusta autodenominarse “moderno” para evitar el uso ruinoso y descentrado de la palabrita de moda pos/modernidad. Lo que molesta realmente a Baricco es el pos. A mí, también. Se ha puesto de moda sin que medien justificaciones coherentes aplicar el pos a lo divino y humano: posmodernidad, poscomunismo, posliteratura, posmúsica, posnovela, posteatro, posintelectual, etc.

Baricco ha publicado recientemente un curioso bien trabado, y por momentos ligero, ensayo con un título provocador: El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin (Siruela, 2016).
¿Por qué es un título provocador? Ni Hegel ni las vacas son parte sustancial del ensayo. Hegel y la filosofía ocupan su lugar, o puede ser que guíen parte de la reflexión del autor, pero no parece seguro. Lo de las vacas,  por la sencilla razón de que estas podrían ser de cualquier otra región del mundo ya que Wisconsin tampoco aparece explícitamente en el ensayo. Son, o vienen a ser, un dato para hacer más impactante el título. Y no voy a discutir eso. El título es, tal vez, lo más importante de un escrito literario, e incluso científico. No basta más que recordar aquella vieja sentencia escrita por un poeta de cuyo nombre no quiero acordarme, y que decía: Creemos los nombres (traduzco títulos) luego vendrán los hombres (misteriosa invocación de lo genérico e inexplicable).

En ocasiones, pues, se cometen ciertos abusos del lenguaje para conseguir audiencias. En este caso, literarias. Un día le llegó a Baricco un informe de la Universidad de Wisconsin que aseguraba que las vacas de su estado producían un siete y medio por ciento (7,5%) más de leche cuando escuchaban música culta, es decir, aquella música de otro tiempo llamada clásica o sinfónica, que si eran ordeñadas sin que hubiesen oído los clásicos acordes.

Lo que de verdad interesa a Baricco, y ahí es donde quiere llevarnos, es a la que él llama y define en sus proporciones: música culta. Analiza, discurre, reflexiona, sugiere, e incluso sostiene, que esa música se alejó de lo popular cuando, como tal, no existió hasta el siglo XVIII y quedó sacralizada en el siglo XIX, para decaer a lo largo del siglo XX y tratar de supervivir malamente en su segunda mitad, para sumergirse en las profundidades de las salas de conciertos y antiguos templos musicales en lo que va de nuestro siglo.
¿Y por qué culta? Bueno, es una expresión para diferenciar y aislar; también para distinguir en el mal y en el buen sentido. ¿Cuál? ¿En qué sentido? Puede que se refiera al sentido sobre, o en torno, el gusto estético.







La música culta difícilmente existiría como categoría si no fuese por el auténtico genio a quien se debe el esfuerzo y la consagración de tal categoría. Se refiere Baricco, naturalmente, a Ludwig Van Beethoven. Un alemán de Bonn, no tan alemán; de procedencia holandesa y simpatías afrancesadas, en concreto por la figura “revolucionaria” de Napoleón Bonaparte, truncadas por los brutales hechos de sus continuas guerras de agresión y conquista. Existencia como “música culta” en el marco referencial que fue todo el movimiento cultural del Romanticismo. Sin Romanticismo no hubiera existido Beethoven, y este a su vez, musicalmente, no hubiera sido posible sin este autor. A partir de él todo son variaciones sobre el mismo tema.

Leer a Baricco, con o sin Hegel, con o sin vacas de Wisconsin, es siempre un alado placer que nos lleva, en este ensayo, desde esa “música culta” que invoca y justifica actualmente a través de la emoción interpretativa que surge de las nuevas aplicaciones tecnológicas a los instrumentos musicales clásicos, hasta desmitificarnos no solo el valor “absoluto” de la propia música sino a citar a Adorno como antecedente del descrédito a un músico como Puccini tratándolo lapidariamente como productor de música ligera. Baricco mezcla en su análisis del todo musical, en su afán de deslindar lo culto de lo popular y de lo ligero, a Mozart, Brahms, Mahler, etc. Ni una palabra de toda aquella música que, para su desgracia, no es ni “culta” ni “nueva”. ¿Qué fue del rock, el folk; el jazz, el blues; los aires populares latinoamericanos o la música afro…?

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