Alessandro Baricco es un novelista y ensayista, también periodista e
incluso musicólogo turinés que pertenece
a esa generación de la falsa posmodernidad que gusta autodenominarse “moderno” para
evitar el uso ruinoso y descentrado de la palabrita de moda pos/modernidad. Lo que molesta realmente
a Baricco es el pos. A mí, también. Se ha puesto de moda sin que medien
justificaciones coherentes aplicar el pos a lo divino y humano: posmodernidad,
poscomunismo, posliteratura, posmúsica, posnovela, posteatro, posintelectual,
etc.
Baricco ha publicado recientemente un curioso bien trabado, y por momentos
ligero, ensayo con un título provocador: El
alma de Hegel y las vacas de Wisconsin (Siruela, 2016).
¿Por qué es un título provocador? Ni Hegel ni las vacas son parte
sustancial del ensayo. Hegel y la filosofía ocupan su lugar, o puede ser que
guíen parte de la reflexión del autor, pero no parece seguro. Lo de las vacas, por la sencilla razón de que estas podrían ser
de cualquier otra región del mundo ya que Wisconsin tampoco aparece explícitamente
en el ensayo. Son, o vienen a ser, un dato para hacer más impactante el título.
Y no voy a discutir eso. El título es, tal vez, lo más importante de un escrito
literario, e incluso científico. No basta más que recordar aquella vieja
sentencia escrita por un poeta de cuyo nombre no quiero acordarme, y que decía:
Creemos los nombres (traduzco títulos) luego vendrán los hombres (misteriosa
invocación de lo genérico e inexplicable).
En ocasiones, pues, se cometen ciertos abusos del lenguaje para conseguir
audiencias. En este caso, literarias. Un día le llegó a Baricco un informe de
la Universidad de Wisconsin que aseguraba que las vacas de su estado producían
un siete y medio por ciento (7,5%) más de leche cuando escuchaban música culta,
es decir, aquella música de otro tiempo llamada clásica o sinfónica, que si
eran ordeñadas sin que hubiesen oído los clásicos acordes.
Lo que de verdad interesa a Baricco, y ahí es donde quiere llevarnos, es a
la que él llama y define en sus proporciones: música culta. Analiza, discurre,
reflexiona, sugiere, e incluso sostiene, que esa música se alejó de lo popular
cuando, como tal, no existió hasta el siglo XVIII y quedó sacralizada en el
siglo XIX, para decaer a lo largo del siglo XX y tratar de supervivir malamente
en su segunda mitad, para sumergirse en las profundidades de las salas de
conciertos y antiguos templos musicales en lo que va de nuestro siglo.
¿Y por qué culta? Bueno, es una expresión para diferenciar y aislar; también
para distinguir en el mal y en el buen sentido. ¿Cuál? ¿En qué sentido? Puede
que se refiera al sentido sobre, o en torno, el gusto estético.
La música culta difícilmente existiría como categoría si no fuese por el
auténtico genio a quien se debe el esfuerzo y la consagración de tal categoría.
Se refiere Baricco, naturalmente, a Ludwig Van Beethoven. Un alemán de Bonn, no
tan alemán; de procedencia holandesa y simpatías afrancesadas, en concreto por
la figura “revolucionaria” de Napoleón Bonaparte, truncadas por los brutales hechos
de sus continuas guerras de agresión y conquista. Existencia como “música culta”
en el marco referencial que fue todo el movimiento cultural del Romanticismo.
Sin Romanticismo no hubiera existido Beethoven, y este a su vez, musicalmente,
no hubiera sido posible sin este autor. A partir de él todo son variaciones
sobre el mismo tema.
Leer a Baricco, con o sin Hegel, con o sin vacas de Wisconsin, es siempre
un alado placer que nos lleva, en este ensayo, desde esa “música culta” que
invoca y justifica actualmente a través de la emoción interpretativa que surge
de las nuevas aplicaciones tecnológicas a los instrumentos musicales clásicos,
hasta desmitificarnos no solo el valor “absoluto” de la propia música sino a
citar a Adorno como antecedente del descrédito a un músico como Puccini
tratándolo lapidariamente como productor de música ligera. Baricco mezcla en su
análisis del todo musical, en su afán de deslindar lo culto de lo popular y de
lo ligero, a Mozart, Brahms, Mahler, etc. Ni una palabra de toda aquella música
que, para su desgracia, no es ni “culta” ni “nueva”. ¿Qué fue del rock, el
folk; el jazz, el blues; los aires populares latinoamericanos o la música afro…?
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