Un libro singular
por José Antonio Vidal Castaño
El profesor Justo
Serna (catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia)
nos da a conocer su valiosa aportación, Españoles, Franco ha muerto editado
por Punto de Vista con ilustraciones de Antonio Barroso, a propósito de un
personaje que aún concita emociones encontradas; invicto general y Caudillo de
una Cruzada, para adictos y nostálgicos; dictador totalitario, enano implacable
y a la vez engendro de nuestra historia reciente, para sus detractores entre los
que me cuento.
Sobre Franco se ha escrito mucho y ‘lo que te
rondaré morena’. Desde puros y duros panegíricos, glosas dictadas por el
servilismo y la condición de “amigo” (más bien de servidor o esclavo) a biografías
“definitivas”, aunque en historia apenas existe lo definitivo. Entre las
llamadas biografías más completas contamos, sin duda, con la de Paul Preston, Franco.“Caudillo de España” (Grijalbo,
1994) que, apoyándose en los aspectos políticos y militares, realiza un exhaustivo
estudio del contexto sin apenas huecos o resquicios sin desvelar.
Disponemos de otras biografías valiosas, como las
de Juan Pablo Fusi, Franco (Taurus,
1985) o la breve y concisa, Franco
(Acento, 2000) de Glicerio Sánchez Recio, sin olvidar La dictadura de Franco de Javier Tusell (Alianza, 1996) o Franco
“Caudillo”: mito y realidad (Tecnos, 1995) de Alberto Reig Tapia; incluso
tenemos una curiosa novela de Gabriel Cardona Franco no estudió en West Point (Contemporánea, 2003). Preston es quien
más atención le ha dedicado al “centinela de Occidente” pues repite
protagonista en Las tres Españas del 36
(Círculo de Lectores, 1998) y en uno de sus últimos libros El gran
manipulador. La mentira cotidiana de Franco (Ediciones B, 2008).
Podía pensarse que todo lo que se debía decir de
Franco ya estaba dicho. Por ello, Justo
Serna escoge un camino completamente original y distinto, para elaborar un
libro, diferente, muy personal. Un ensayo en el que ya el propio autor advierte
(desde la introducción) que nos va a hacer partícipes de sus reflexiones sobre el papel del
historiador “que busca el sentido de los hechos que no parezcan tener
conexión”. Logra meterse con maestría en esa piel, en valorar “el significado
en el contexto”, una tarea – aclarará- propia del analista.
Las reflexiones del autor se centrarán sobre todo
en la transición democrática española
y sus múltiples significados; un proceso que requirió —en su opinión— acierto y
“finura” por parte de los personajes que la realizaron y que no se puede
explicar desde “la conjura o la conspiración”, lo que no significa que ni
hubiesen personas que estuvieran conjuradas o que conspiraran para conseguir
determinados fines.
Muchos jóvenes izquierdistas, y no tan jóvenes, piensan –sostiene- que la
transición democrática española fue un fracaso. Tesis a la que nuestro autor se
opone, dando un repaso tanto a las circunstancias que rodearon a la dictadura y
el dictador, tanto como a las que le implicaron directamente a sus hacedores e
incluso críticos…
Serna termina su introducción reconociendo que ha
procedido “como estudioso que se documenta”. El resultado es un libro, como
asevera, serio, pero no severo; una obra rigurosa, aunque concebida con toda la
ironía de la que he sido capaz”. Atribuye buena parte de este sentido irónico a
las sugestivas ilustraciones de Antonio Barroso que ha tratado de llevar al
límite los retratos del caudillo y de su entorno, que “presentan el lado más
horroroso o incluso más siniestro de unos mandamases que se hacían retratar”.
Una serie de capítulos estudian con ironía,
erudición y buena prosa las semejanzas y diferencias entre la historia y la
memoria, entre la vieja y la nueva política; sobre la muerte del dictador,
sobre la “adoración” y las fantasías propias del culto al personaje llevado
hasta el paroxismo (Franco y las armas; Franco y las cacerías; Franco y el
mundo bizarro; Franco y el trabajo; Franco y la tele; Franco y su familia,
etc.) por sus acólitos y al tiempo dominadores, de la farsa que fue su muerte,
para intentar asegurarse el futuro, o mejor, asegurar su supervivencia en el
poder.
El libro se cierra con un breve epílogo que trata
de mostrar la avaricia, la inmundicia y plebeyez de los tipos que rodearon a
Franco, de su ausencia total de moralidad pese a su apariencia limpia, desde
algunos personajes de la transición como Jordi Pujol hasta los modernos genios
de la corrupción política como Francisco Granados o Francisco Camps. No olvida
Justo Serna matizar un apunte sobre el Diccionario
del diablo de Ambrose Bierce (gusto por el detalle)…
Pero, tal vez, lo más interesante de un libro que
he leído con atención creciente; de cabo a rabo y del que recomiendo hasta las
comas, sean en sus reflexiones en torno a la historia y la memoria, en las que
tenemos amplía coincidencia. En uno de los párrafos razona Serna sobre algo que
conviene no cesar de repetir: “Olvidar no es una tragedia. De hecho en el caso
de que fuera posible recordarlo todo aún sería peor…”. En el capítulo segundo
de mi libro La memoria reprimida.
Historias orales del maquis (PUV, 2004), defiendo que la memoria no es un
depósito vacío y que sería dañino no ver que las “narraciones, sujetas a una
continua reelaboración van a contribuir a la formación de un sujeto histórico
diferente, sujetado a la vez, por la
conveniencia de lo “políticamente correcto”. Debemos tener siempre presente,
como historiadores, e incluso cono narradores que, historia y memoria no son lo mismo.
Serna cita al famoso personaje de Jorge Luis
Borges, Funes el memorioso, que vive
en un continuo presente porque no puede olvidar y por ende vivir la –la suya-
como tal. Su vida es un pequeño infierno cargado de recuerdos que le impiden
actuar. Para Serna lo importante es no perder el sentido de lo que recordamos,
y lo que necesitamos -insiste- es realizar un verdadero psicoanálisis, es
decir, “un ejercicio de rehabilitación
para evitar que los hechos dolorosos nos sigan dañando”. Me tomo la
libertad de añadir que lo mejor es enfrentarnos a ellos y comprenderlos; algo
así como ordenarlos en el sitio que les corresponda.
Apoyándose en Maurice Halbawchs y Pierre Nora, el
autor abunda en que: “La historia es la reconstrucción siempre problemática e
incompleta de lo que ya no es. La memoria es siempre un fenómeno actual…”. Y
por ende, mudable, mientras vivimos… Los componentes de la memoria (sobre todo
la “colectiva”) y la capacidad humana para arrinconar los recuerdos dolorosos o
exagerar los agradables no resultan muy fiables para la práctica del
historiador. Sin embargo, insiste Serna, no se trata de oponer memoria
colectiva con identidad personal, sino que el problema es “operar con esa
expresión figurada ignorando que lo es (…) e ignorando que la memoria
individual (…) nos miente bella y persecutoriamente”.
Pecaría si no dijese, respetuosamente, que me
parece un tanto excesiva su valoración acerca de Javier Cercas cuando dice que: “en El impostor (2014),
ataca, precisamente, el prestigio inmoderado del testigo”. Creo que Cercas, solo
hace esto -en este libro- a medias, olvidando que es un novelista más que un
historiador en busca de la verdad.
Impagables las páginas que dedica a Carlos Arias o
a doña Carmen, al “régimen del Padre” y a los monstruosos vividores del franquismo;
a los intelectuales que sintieron la fascinación estética del fascismo; las
referencias a Josep Pla y Joan Fuster (al que el autor confiesa que seguirá
leyendo); a la existencia del catalanismo franquista y de cómo buena parte de
él (alusión al trabajo de Josep Guixà), no perdió precisamente la guerra (la
Civil, claro). Las consideraciones de cómo en una sociedad como la catalana se
producen escritores como Eduardo Mendoza, el mejor Mendoza, que más que
enjuiciar describe, y la alusión a su magnífica Una comedia ligera ambientada en la Barcelona de 1947… ¿Desviaciones del autor sobre el tema
central? No hay tema central, hay una continua reflexión sobre un pasado en
relación como ese infame ser agonizante que habitó el Pardo. Una reflexión
lúcida que se detiene como solo los mejores ensayos lo hacen, en las
excelencias de la literatura de Antonio Muñoz Molina y de otros autores para
dar cuentas de los traumas de la Guerra Civil y de sus consecuencias, como
hacen Alberto Méndez o Javier Cercas en Los
girasoles ciegos o Soldados de
Salamina…
Las referencias en las páginas finales a
las dificultades de ciertos historiadores para hacer llegar sus obras al gran
público, de “comunicar bien sus resultados”, estando de acuerdo con sus
consideraciones generales, merecerían extenderlas a otros ámbitos que fueran
más allá de los provocadores retos lanzados por los llamados ‘revisionistas
históricos’. Si es cierto que Reig Tapia ha escrito su Anti-Moa con, tal vez, excesiva energía, utilizando más énfasis en
contradecirlo que en refutarlo, también
hay que decir en su favor que hasta ahora ha sido prácticamente el único en
proponérselo, y el valor también es una cualidad (no, desde luego, la principal
y única) del historiador. Justo Serna
tiene razón al afirmar que el campo de batalla (siendo cierto que
la historia es una batalla por la verdad) es
también la propia historia.
No veo, pues más que óptimas razones para acudir
mañana a esa doble presentación en defensa de esta obra, sumamente original y
abundante en matices diversos. Nos vemos pues en el IVAM (por la mañana) y en
la librería Ramón Llull por la tarde.
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