El artículo que vas a leer está escrito y publicado en el invierno de 2007. Pese a los años transcurridos parece que continua estando de actualidad. Apareció sucesivamente, entre otras, en las siguientes publicaciones: Cuadernos Republicanos del CIERE (Madrid, 2007), Rebelión, el blog de Jordi Grau, y la revista digital Contraposición (2014). También figura en este blog entre las entradas más antiguas.
La República que queremos. José Antonio Vidal Castaño.
LA REPÚBLICA QUE QUEREMOS
José Antonio Vidal Castaño*
La Primera República (febrero 1873 – enero 1874) llegó demasiado
pronto a una España sumida en profunda crisis económica, política y de
identidad. Amadeo Saboya consideró ingobernable un país dominado por la
intolerancia, resultado de la espuria alianza entre el trono y el altar.
Librepensadores de la talla moral de los: Figueras, Pi i Margall,
Salmerón y Castelar han pasado a la historia como actores secundarios de
“un gobierno de transición e incoloro” (Terrero y Reglá) Pavía impuso
la restauración alfonsina sepultando una República sin republicanos.
Cuando llegó la Segunda los tiempos habían cambiado tanto que, tal vez,
era demasiado tarde. El 14 de abril de 1931 los republicanos habían
crecido considerablemente, tenían mártires y símbolos, ideas y
proyectos, políticas innovadoras; pero, por citar ejemplos, la
fotografía tenía que asumir la competencia del cinematógrafo, el
socialismo tropezaba con el nazi-fascismo, la democracia con la
dictadura.
La Segunda República, largamente deseada, fue saludada con el mayor
alborozo, pero, muchos de sus valedores iniciales militaban ya en otros
credos y veían en ella un apeadero para acceder al nirvana de la
sociedad socialista o a los paraísos del comunismo libertario y la
sociedad sin clases, sin olvidar –caso de los comunistas- el paso
“necesario” por la dictadura del proletariado. Pese
a todo, como nos ha recordado Gabriel Jackson, un gran porcentaje de
las clases medias cultas y de las clases trabajadoras apoyaron esta
República en tiempos de paz y en la guerra. Se tiende a reducir los ocho
años de la Segunda República a los tres de la Guerra Civil. Según Paul
Preston, a día de hoy, se pueden contabilizar unos 20.000 libros
escritos sobre la contienda. En la mayoría de estos la Segunda República
es una simple referencia, la gran causa (sic) a defender y la fuente
(inexplicada) de las miserias que condujeron a la guerra. El panorama
parece desolador si a estos le añadimos los años del “bienio negro”, y
en particular satanizamos 1934 como “germen de la guerra” al estilo de
las prédicas de la ultraderecha revisionista. “Las críticas que lanzan
contra la República son implícitamente criticas de los valores
republicanos que han perdurado hasta la actual democracia española o han
renacido en ella”.
La República, proclamada en las urnas en 1931 aportó una libertad
política y de expresión sin parangón; separó la Iglesia del Estado,
medida imprescindible para sostener las libertades; puso en marcha la
autonomía de Catalunya como inicio de un proceso hacia el reconocimiento
de la diversidad cultural; pactó con los sindicatos existentes mejoras y
nuevas leyes sociales; inició un proceso de reforma agraria que no pudo
desarrollar por impaciencia de los desposeídos y oposición furibunda de
caciques y terratenientes; concedió el voto a la mujer; admitió el
divorcio como un avance contra la desigualdad sexista; abrió más de 7000
escuelas públicas; sentó las bases de un nuevo sistema sanitario;
reformó las prisiones; planteó una política fiscal inspirada en la
responsabilidad y se planteó la realización de obra pública sujeta a la
norma legal y la necesidad social. Muchos de estos logros fueron
propuestos por primera vez en la historia de España y trataron de ser
llevadas adelante pese a la oposición constante de las capas dirigentes,
la jerarquía católica y la amenaza de los militares africanistas. No
hemos sabido apreciar ni explicar lo suficiente esta situación, ni los
valores y salidas propuestas por el régimen republicano, privado de
créditos e inversiones, en medio de la crisis económica mundial de los
años treinta. Y la salida de la República fue siempre la salida de la
democracia. Los valores republicanos son los valores de la democracia.
Unos valores que siguen emanando de las palabras libertad, igualdad y
fraternidad tomadas en su justa grandeza y con sus límites necesarios.
Tal vez la sociedad actual deba acentuar la fraternidad, concepto un
tanto desdibujado por el moderno vocablo de la solidaridad, más proclive
a la caridad que a la justicia. Para buscar la República que queremos,
el debate actual debe rebasar los límites de lo formal (ya sabemos que
es la mejor forma de estado posible) y de las simples consignas. Es
preciso hablar aún a riesgo de equivocarnos, discutir contenidos y
propósitos. Hay repúblicas en todos los continentes que no merecen serlo
y otras que por su posición de gendarme de la política mundial y el
alarmante recorte de las libertades individuales y cívicas no se
diferencian en nada de las dictaduras más sanguinarias o las monarquías
más retrógradas.
La República que podemos soñar y pretender debe mantener, como
anunciaba Fernández Buey, el carácter cívico y laico (no necesariamente
antirreligioso) como rasgo troncal e irrenunciable. Buscar el equilibrio
entre el jacobinismo (siempre tendente al centralismo y al dogma) y el
federalismo más avanzado posible; bascular desde un pragmatismo
inspirado en tradiciones emancipatorias y sentido común, para encontrar
la justa proporción entre las esferas de lo público y lo privado
defendiendo, si es preciso, sus fronteras en competencia con los errores
o fallos del omnipresente mercado. Una República de contenidos y no
solo atenta a la nostalgia, a veces decadente, de las formas. Una vez
más el problema común parece ser el encontrar respuesta al dilema: ¿Es,
el estado, el mal? como afirmara Azorín en 1901, o éste es, “el otro
instrumento de transformación” como deseara en 1930 Manuel Azaña? La
duda solo se resolverá si somos capaces de evitar el temor al dialogo y
admitir la diferencia entre lo que es la política en la historia de las
ideas y en la esfera de lo posible y lo que es pura y simple propaganda
publicitaria.
José Antonio Vidal Castaño es doctor en
Historia Contemporánea de España y licenciado en Filosofía y Ciencias
de la Educación, por la Universidad de Valencia. Sus líneas de
investigación se centran en los aspectos políticos y militares de la Segunda República, la Guerra Civil Española,
el exilio de 1939 y la resistencia antifranquista, temas sobre los que
ha publicado numerosos trabajos, entre los que destacan: La memoria
reprimida. Historias orales del maquis (2004), Campo de Septfonds.
Republicanos españoles en “Judes” (2006), El sargento Fabra. Historia y
mito de un militar republicano (1904-1970) (2012) y Exiliados
republicanos en Septfonds (1939) (2013). Es premio de relatos ‘Noche del
terror’ de Rentería y finalista del premio internacional de cuentos ‘Max Aub’.
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