Antonio Iturbe
Jordi Lafebre
Cincuenta momentos literarios
Casa Catedral, Barcelona, 2017
183 páginas
Desde que leí Cincuenta
momentos literarios mantengo el libro al alcance de mi mano y de mi
vista. Lo cierto es que este artilugio cultural firmado a la limón por el
escritor y periodista Antonio Iturbe y el dibujante de cómics Jordi Lafebre, posee
como una suerte de imán que engancha y lleva a releerlo, a detenerse para mirar
las ilustraciones, incluso a reflexionar sobre este o aquel breve suceso, sobre
ciertas briznas de amoríos, odios y rencores; a rememorar pequeñas aventuras,
pulsiones y deseos de ilustres autores de la literatura universal.
Pocos libros han logrado en los últimos meses ilusionarme y reconciliarme
con ese género poco frecuentado de contar breves pasajes que recrean avatares
diversos, a veces irrelevantes, acerca de personajes famosos; entendiendo por
fama, la que que se labró con el esfuerzo y el sudor de la palabra escrita a lo
largo de años e infortunios. Es la literatura entera con sus géneros y
modalidades, la que desfila por las páginas escritas por Iturbe e ilustradas
por Lafebre. Una delicia de viaje; un serie de pequeñas satisfacciones y golpes
de placer literario en los que se conjuga la buena escritura con el atractivo
de lo insólito en el dibujo, usado como representación material de sueños y
pasiones. De esos momentos surgieron —nos
advierte Iturbe en su entradilla— las mejores páginas “en su tinta” cocinadas
por sus creadores.
Migas de talento, que se derraman en textos e imágenes para recordarnos que
están ahí para ser leídos y degustados desde el Gilgamesh a Homero, Ramón Llull
o Chrétien de Troyes, pasando por los Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Jane
Austen, Mary Shelley, Stendhal, Melville Poe, Stevenson, Verne o Emily
Dickinson. Y como no: Conrad, Tolstoy, Kafka, Karen Blixen (Isak Dinesen),
Mercè Rodoreda, Hammett, Camus, Mishima, Nabokov, Bolaño o Kennedy Toole, por
no citarlos a todos y cada uno.
En ocasiones esta pequeña colección de peripecias literarias va por parejas.
En un mismo capitulo asistimos al encuentro real entre dos bonaerenses, Jorge
Luis Borges y Alberto Manguel. El texto nos presenta a un Manguel con 16 años, “dependiente
y chico para todo” en la librería Pygmalion
de la calle Corrientes que se ofrecerá voluntario para ser el lector que ha pedido Jorge Luis Borges
para sustituir a su madre que, a sus 90 años, se fatiga con la lectura en voz
alta. Manguel toma “el colectivo” hasta la calle Maipú 994 y pulsa con
inquietud el timbre del apartamento 6B. Un Borges, educado elegante, parco en
palabras le entregará sin vacilar un libro de Calvino (Ítalo), que a pesar de su ceguera ha conseguido elegir,
pues, conoce a la perfección la ubicación de cada uno de sus 600 libros.
También forman parejas incongruentes o mal avenidas Proust y Gide, Rimbaud
y Verlaine, Góngora y Quevedo, Hemingway y Scott Fitzgerald… Pero es en los vericuetos
individuales donde ciertos autores se ven mejor retratados en sus manías o
prejuicios. Se lee con fruición el rifirrafe epistolar entre Robert Louis
Stevenson y Henry James cuyas discrepancias les llevaron a conocerse y cultivar
la amistad o, como la ansiedad y la angustia vital de Stendhal, al contemplar
la explosión de belleza artística en Florencia, llevaron a los galenos a diagnosticar
como “síndrome de Stendhal” tales o parecidas dolencias psicológicas. No menos
interesante es conocer como la tuberculosis que contrajo Chéjov ejerciendo su
otra profesión, la de médico, está en la base de su eterno sarcasmo o, como
Saint Exúpery, “el piloto eternamente despistado” tomaba la escritura como
consecuencia de la vida…
Por estos textos conocemos, a propósito de Marcel Proust y de su obra, como
Gallimard forjó, a costa del proustiano “tiempo perdido” su poderoso imperio
editorial. Y nos indignamos ante las trabas sociales y la modestia —propias de
su tiempo— que impidieron se reconociera, hasta poco antes de su muerte, la
autoría de la gran Jane Austen de Orgullo
y prejuicio o Sentido y sensibilidad.
En fin, “… si la literatura no tuviera misterio, no sería literatura.”,
concluye el capítulo dedicado a Shakespeare. Lean el libro. ¡Diviértanse¡
José
Antonio Vidal Castaño
Mayo, 2018
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