La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

jueves, 30 de agosto de 2018

MOMENTOS LITERARIOS


Antonio Iturbe
Jordi Lafebre

Cincuenta momentos literarios
Casa Catedral, Barcelona, 2017
183 páginas

Desde que leí Cincuenta momentos literarios mantengo el libro al alcance de mi mano y de mi vista. Lo cierto es que este artilugio cultural firmado a la limón por el escritor y periodista Antonio Iturbe y el dibujante de cómics Jordi Lafebre, posee como una suerte de imán que engancha y lleva a releerlo, a detenerse para mirar las ilustraciones, incluso a reflexionar sobre este o aquel breve suceso, sobre ciertas briznas de amoríos, odios y rencores; a rememorar pequeñas aventuras, pulsiones y deseos de ilustres autores de la literatura universal.

Pocos libros han logrado en los últimos meses ilusionarme y reconciliarme con ese género poco frecuentado de contar breves pasajes que recrean avatares diversos, a veces irrelevantes, acerca de personajes famosos; entendiendo por fama, la que que se labró con el esfuerzo y el sudor de la palabra escrita a lo largo de años e infortunios. Es la literatura entera con sus géneros y modalidades, la que desfila por las páginas escritas por Iturbe e ilustradas por Lafebre. Una delicia de viaje; un serie de pequeñas satisfacciones y golpes de placer literario en los que se conjuga la buena escritura con el atractivo de lo insólito en el dibujo, usado como representación material de sueños y pasiones. De esos momentos surgieron —nos advierte Iturbe en su entradilla— las mejores páginas “en su tinta” cocinadas por sus creadores.

Migas de talento, que se derraman en textos e imágenes para recordarnos que están ahí para ser leídos y degustados desde el Gilgamesh a Homero, Ramón Llull o Chrétien de Troyes, pasando por los Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Jane Austen, Mary Shelley, Stendhal, Melville Poe, Stevenson, Verne o Emily Dickinson. Y como no: Conrad, Tolstoy, Kafka, Karen Blixen (Isak Dinesen), Mercè Rodoreda, Hammett, Camus, Mishima, Nabokov, Bolaño o Kennedy Toole, por no citarlos a todos y cada uno.

En ocasiones esta pequeña colección de peripecias literarias va por parejas. En un mismo capitulo asistimos al encuentro real entre dos bonaerenses, Jorge Luis Borges y Alberto Manguel. El texto nos presenta a un Manguel con 16 años, “dependiente y chico para todo” en la librería Pygmalion de la calle Corrientes que se ofrecerá voluntario para  ser el lector que ha pedido Jorge Luis Borges para sustituir a su madre que, a sus 90 años, se fatiga con la lectura en voz alta. Manguel toma “el colectivo” hasta la calle Maipú 994 y pulsa con inquietud el timbre del apartamento 6B. Un Borges, educado elegante, parco en palabras le entregará sin vacilar un libro de Calvino (Ítalo),  que a pesar de su ceguera ha conseguido elegir, pues, conoce a la perfección la ubicación de cada uno de sus 600 libros.

También forman parejas incongruentes o mal avenidas Proust y Gide, Rimbaud y Verlaine, Góngora y Quevedo, Hemingway y Scott Fitzgerald… Pero es en los vericuetos individuales donde ciertos autores se ven mejor retratados en sus manías o prejuicios. Se lee con fruición el rifirrafe epistolar entre Robert Louis Stevenson y Henry James cuyas discrepancias les llevaron a conocerse y cultivar la amistad o, como la ansiedad y la angustia vital de Stendhal, al contemplar la explosión de belleza artística en Florencia, llevaron a los galenos a diagnosticar como “síndrome de Stendhal” tales o parecidas dolencias psicológicas. No menos interesante es conocer como la tuberculosis que contrajo Chéjov ejerciendo su otra profesión, la de médico, está en la base de su eterno sarcasmo o, como Saint Exúpery, “el piloto eternamente despistado” tomaba la escritura como consecuencia de la vida…

Por estos textos conocemos, a propósito de Marcel Proust y de su obra, como Gallimard forjó, a costa del proustiano “tiempo perdido” su poderoso imperio editorial. Y nos indignamos ante las trabas sociales y la modestia —propias de su tiempo— que impidieron se reconociera, hasta poco antes de su muerte, la autoría de la gran Jane Austen de Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad. En fin, “… si la literatura no tuviera misterio, no sería literatura.”, concluye el capítulo dedicado a Shakespeare. Lean el libro. ¡Diviértanse¡
José Antonio Vidal Castaño
Mayo, 2018


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