La ilustración de fondo

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La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

jueves, 14 de junio de 2018

¿Historia versus ficción?

¿Historia versus ficción?

 

Por José Antonio Vidal Castaño*
Historia y ficción, dos palabras, dos conceptos distintos que sin embargo no están en contraposición. Su pretendida rivalidad ha respondido y responde más a intereses comerciales que a disputas intelectuales; más para ganar consumidores que para difundir cultura. ¿History versus fiction? Do not.
Historia y ficción se complementaron con o sin la voluntad expresa de sus autores, marchando juntas o en paralelo, utilizando una herramienta literaria común sin la que no funcionarían: la narración. Primero, observar realidad o irrealidad e investigarlas; luego, escribir sobre ellas. Y no hay, no puede haber contradicción irresoluble entre aquellas cosas que se necesitan para subsistir. Lo que sí se detectan son prestaciones mutuas. La historia (con o sin mayúscula inicial) presta a la ficción datos y documentos, precisión y rigor; capacidad de ordenar acontecimientos, necesidad, tal vez, de ejercer la reflexión, o establecer conclusiones; una posible metodología de trabajo.
La ficción, disfrazada de novela, cuento o nouvelle presta el tejido narrativo; las formas siempre subjetivas, la interpretación de sentimientos y costumbres; el tratamiento de personajes y su ubicación en su escenario vital; el transcurrir de lo cotidiano a lo sobrenatural o viceversa; lo por venir, el destino con el que sueña cada cual: el autor, los personajes que cobran vida por sí mismos, el lector que los interpreta, les pone cara y vestimenta si no se lo hizo antes el cine o una de tantas series televisivas.
Se ha dicho que la historia (la history o ‘lo real’) reconstruye y rescata el pasado, y que la novela o el relato breve (la story ‘lo imaginario’) la ficción en suma, crea una situación dramática (teatro y poesía fundidos) de esa acción reconstruida con esos materiales con los que, según Dashiell Hammet, se fabrican los sueños. Cierto e incierto a la vez. Todo suceso del pasado lo leemos desde el presente y lo que sucedió se manifiesta entre lo cotidiano, rodeado de circunstancias distintas y con un ritmo mucho más endiablado, envuelto por “el ruido y la furia”, como anticipara William Faulkner, de la sociedad contemporánea. Furia y ruido, violencia y espectáculo, que en ocasiones exceden a nuestra capacidad moral de comprensión, sin que dispongamos de parámetros fiables de asimilación de los desajustes éticos y emocionales que nos provocan.
Por eso la Historia y en particular la del pasado reciente, es de alguna forma historia del presente que no actualidad noticiable, y además siempre se repite (como asegura Javier Cercas) pero, cabe añadir, de otras formas y maneras. La historia debe buscar aproximarse a la verdad sin que deba ser motivo de desazón el no hallarla, lo que resulta frecuente, por más que el resultado afecte a nuestro pasado y nos duela vulnerarlo; “ese pasado que se resiste a pasar y que leemos con ojos actuales” digo en La España del maquis [1936-1965], (Punto de Vista, 2016).
Reconstruir el pasado es tarea preferente de historiadores y cronistas a quienes, sin embargo, les está vedado el futuro. Éste queda lejos del alcance de las baterías históricas. Es coto vedado para el historiador lo que para el novelista puede ser una alternativa. El primero, puede historiar avanzados proyectos de futuro, su incidencia en el mercado mundial de las tecnologías de punta o de la inteligencia artificial como lo hace el israelí Noah Harari en Homo Deus (Debate, 2016). Vaticinar el futuro, aunque un historiador juegue a demiurgo o a imaginar contrafactuales, no es lo propio de su oficio. Paul Preston, el insigne hispanista británico, en una reciente entrevista explica con sencillez que la historia es, ante todo: “Saber de dónde hemos venido y por qué hemos llegado a donde estamos para aprender de los errores.”
Parece oportuno lo que el inmortal Cervantes escribiera sobre la historia en el siglo XVII, hace más de cuatrocientos años. Nos lo dice en esta frase del Quijote y con la palabra verdad por delante:
“…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.”
El manchego nos está diciendo que la historia no es la verdad, ni siquiera que la detente o contenga; ni que esté capacitada para adivinar lo porvenir. Nos dice sobre todo que es madre, es decir, protectora, y portadora de la verdad. Todo eso y lo demás. Ir más allá invadiría competencias ajenas.
Competencias que son el terreno de la ficción, sin que escribir ficciones nos convierta en adivinos o impostores. La ficción tiene más que ver con el invento (no necesariamente original); con la creación y los juegos de palabras que nos llevan a pensar más allá de nuestras circunstancias. Es decir, con la fantasía, la imaginación, y los recursos mentales o no —pueden ser salidos de las entrañas, etc.—, subterfugios que propongan nuevas historias, donde history y story tengan cabida.
Puede que la ficción no sea necesariamente original para adentrarnos en la construcción de una historia cuya intrahistoria sea precisamente la historia de la repetición de algo ya dicho, que se superpone o habita debajo de lo que se transmite y que, en un momento determinado comparece. El mejor ejemplo se lo debemos a Borges, creador de las mejores Ficciones del siglo veinte y lo que va del veintiuno, con permiso de los Kafka, Conrad o Chéjov. Manejando la antigua edición de emecé, 1989 releí por enésima vez y con renovado placer: Pierre Menard, autor del Quijote. Esta rocambolesca historia teje una red de despropósitos que alcanza su cénit en afirmaciones de antología tales como:
“A pesar de estos tres obstáculos (el Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario, [¡ondi!] el Quijote simplificado por el olvido y la indiferencia, puede equivaler (…) a la imagen anterior de un libro no escrito); el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el de Cervantes. Este, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país (…) En su obra no hay gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe Segundo ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica.”
En la primera lectura reí a mandíbula batiente. En las posteriores la risa se trocó en sonrisa con ribetes de mueca por aquello de la impotencia acerca del país de Don Quijote. Es decir de éste en el que vivimos… Unos párrafos más y degustamos el tratamiento dado a la frase extraída de El Quijote, que antes hemos saboreado, al leer:
“Es una revelación cotejar el Quijote de Menard con el de Cervantes. Este, por ejemplo, escribió (don Quijote, primera parte, noveno capítulo) “: …la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.”
Explícito reconocimiento del plagio que se reafirma más adelante:
“… Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia”. Menard, en cambio, escribe: …la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
¿Demasiado? Complejo, lúcido y audaz, Borgesnos desafía:
“La historia, —escribe— madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica para él, no es lo que sucedió. Es lo que juzgamos que sucedió”.
Así pues, ficción. Ficciones. Historia e historias de la historia. ¿Qué es más ficción que qué? ¿Qué es más historia que qué? ¿Qué son los libros de Javier Cercas, por ejemplo, ¿Historia y ficción? ¿Ficción con historia?. No. Son novelas afirma el autor y así es, novelas en las que cabe todo. ¿Qué son mis propios libros? ¿Historias de la historia o ficciones históricamente recreadas? Ensayos y relatos, tal vez ¿Qué es La sombra de la guerra (Taurus,1999) de Benet?, ¿unas narraciones enfermas de lo histórico? Y sus novelas sobre ese misterioso país llamado Región?, o los libros de… La búsqueda, el camino que traza cada cual se revelan entonces como lo único importante. La fábula borgiana de Pierre Menard no pretende una parodia del Quijote de Cervantes, sino convencernos de que la ficción es la más pura de las historias, y que es la ficción la que gobierna, desde la construcción de un texto, desde la elaboración del discurso sobre las pruebas materiales, legajos de archivos, hechos o testimonios orales.
La historia se concibió ya por Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Tito Livio, etc., como una narración (ficción) acerca de lo ocurrido. Es decir, como un género literario para bucear en el pasado. A lo largo de los siglos se afianzó en las universidades como una disciplina especializada en saberes que atañen a ese pasado. Sigue y seguirá en discusión, el estatuto epistemológico acerca sus objetivos y usos públicos como disciplina científica, pero, sin duda, ha ganado espacios y audiencias, cada vez mayores. Su acercamiento a la verdad exige depurar mitos y leyendas para ceñirse a la comprobación rigurosa de los hechos utilizando técnicas y metodologías propios de la investigación científica: archivística, documental, bibliográfica, historiográfica, etc.
Los testimonios orales presentan la considerable ventaja de aproximarnos a las pulsiones humanas de los protagonistas. Son de inestimable ayuda si son directos, muy cercanos en parentesco o amistad y próximos en el tiempo al acontecimiento. El testimonio oral, como expresión directa de la memoria, y más de la “memoria histórica” suele ofrecernos la fragilidad que presenta esta, los pliegues y repliegues que le son propios, a través de las personas que nos transmiten sus puntos de vista, emociones y argumentos que pueden envolver investigador. Deben utilizarse con mimo, paciencia y cuidado. Refuerzan la necesidad de comprender. Y esto le ocurre al historiador y al novelista.
Atravesamos momentos críticos, como en tantas ocasiones. Historia y ficción lo reflejan. La concepción tradicional de la historia sale perdiendo en estas crisis. Centenares de libros, miles artículos y otros textos histórico apenas trascienden los ámbitos académicos. Un cartel de propaganda editado por el Ministerio de Instrucción Pública del Gobierno republicano español en 1937 ya era consciente. LEED. Combatiendo la ignorancia derrotaréis al fascismo y una mano entregaba un libro de HISTORIA a otras manos prestas a recibirlo. Para aprender historia, para conocerla, para confrontar lo que dicen distintos autores y diversas fuentes se precisa leer libros de historia. Pero también se precisa leer novelas, narraciones, en prosa o verso, desde La Ilíada a Brave new world…
Un apunte sobre las “novelas históricas”. Toda novela es en cierto modo histórica puesto que refleja una época y un contexto. Una buena novela puede rehuir la erudición histórica y los debates filosóficos o no, e incorporarlos como hace Umberto Eco en El nombre de la rosa asumiendo los riesgos de esta deriva. Las novelas de Carson McCullers evidencian el sur histórico de la guerra civil estadounidense. La pasión que destila su prosa penetra como la afilada hoja de un cutter entre los recovecos humanos. Si la historia es también relato, la ficción lo es mucho más, aunque métodos y libertades de las que disponen sus autores sean distintos. El historiador no parece obligado a ser buen narrador y, sin embargo, debería serlo. Borges, al trazar el diagrama mental de Pierre Menard, recomienda, por si acaso, brevedad, diciendo:
“Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.
Historia y ficción deberían aspirar no solo a la veracidad y verosimilitud, sino a ser, desde la complejidad, legibles e incluso a procurar entretenimiento. No encuentro razones para no intentarlo. Alberto Manguel, asevera que la realidad no sería entendible, verosímil, sin la ficción. Y así es. Lo escribió Shakespeare como título de una de sus comedias: Así es, si así os parece.
*Doctor en Historia Contemporánea y Escritor.

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