La ilustración de fondo

La ilustración de fondo
La Plaça de la Creu en Benimàmet es uno de los espacios más entrañables de este lugar cercano a Valencia. El artista valenciano Paco Roca ilustra, dibuja, recrea, en esta bella postal, ese espacio a "la antigua".

martes, 29 de noviembre de 2016

HITCHCOCK, SEGÚN TRUFFAUT

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Fue el cineasta galo François Truffaut quién re-descubrió para todos los enamorados del “séptimo arte” el genio de Alfred Hitchcock, el director británico que se nacionalizó estadounidense en 1955, postergado o escasamente valorado por la crítica de “alto nivel” de su nuevo país.
Truffaut no realizó esta labor con las habituales herramientas del cineasta: cámaras, focos, guiones, actores, etc., sino con las del escritor, publicando una larga entrevista que mantuvo en agosto de 1962 con el “maestro [mago] del suspense” en su despacho del Studio Universal, en la que introdujo retoques en contactos posteriores. El resultado se tradujo pues en un libro que el editor Robert Laffont publicó en 1966, El cine según Hitchcock; libro que con el tiempo se convirtió en un manual de culto para los jóvenes cineastas europeos y americanos, así como una guía imprescindible para los todo-cinéfilos en su manía por desentrañar la magia derramada por Hitchcock a lo largo de su extensa filmografía. Cincuenta y cuatro títulos en su haber, producidos entre 1925 (primeras películas mudas en Gran Bretaña) y  1975 año en el que realiza su última película: La trama. Cincuenta años de cine, que salen a más de una película por año.
Truffaut era un autodidacta y su formación muy diversa lo que le permitió leer (es decir, mirar, entender, visualizar) de una manera nueva y transversal la obra de otro autodidacta como Hitchcock que aprendió el oficio desde abajo; de poder trasladar sus impresiones, e incluso objeciones  personales directamente al maestro y de viva voz, volcando luego en el papel ese toma y daca, ese descubriendo del uno acerca del otro; también captar lo mejor del modus operandi y de las artimañas de Hitchcock, para conseguir siempre una puesta en escena  o mise en scène, no solo adecuada sino precisa, impecable, genial.
El resultado de aquella insólita conversación entre dos cineastas, con un Truffaut actuando como el periodista de investigación que hace un trabajo de campo, fue un texto lleno de ideas de y sobre el cine; fértil interrogatorio sobre la forma de concebir y hacer películas; un texto de lectura obligatoria para todos los que estudian algo que tenga que ver con el cine, la publicidad o el mundo audiovisual.
En El cine según Hitchcock, el realizador francés –con su pinta de permanente niño ( su Antoine Doinel) puesta en la cara–  autor ya de Los 400 golpes, que muchos consideran lo mejor de su producción, se acerca al suspense como si se tratase de un nuevo género cinematográfico inventado por Hitchcock. Tenía que ver con lo policíaco, lo criminal, lo extremadamente cruel o estrambótico que afectaba al ser humano y su conducta; de ahí su frecuente recurrencia a escenificar y dramatizar el uso del psicoanálisis en muchas de sus películas: Recuerda (1945), Vértigo (1958), Psicosis (1960) o Marnie la ladrona (1964), por solo citar algunas, aunque su admiración por el Dr. Freud y sus técnicas de análisis o curación de los desequilibrios mentales tienen repercusión, aunque sea de forma indirecta, en toda su obra, casi en todas y cada una de sus películas.
La visión freudiana de la figura del padre tiene mucho que ver con las visiones oníricas de algunas de sus criaturas, trasladada en varias ocasiones a la figura de la madre posesiva  como en Los Pájaros (1963) o Marnie… (1964) etc. Hitchcock no podía olvidar el haber sufrido en sus propias carnes el terror de la figura paterna portadora de castigos ejemplares que dejan huella. Su miedo a la policía, a los calabozos y prisiones… (confesado directamente a Truffaut), se traduce en imágenes como en las utilizadas en Falso Culpable (1956) o El proceso Paradine (1947)… que recuerdan su propia estancia por una noche (siendo un jovenzuelo díscolo) en el calabozo de una comisaría londinense, a requerimiento de su propio padre quién contaba con la aquiescencia de la autoridad policial,  para mostrarle adonde puede llevar un camino equivocado.  
Hitchcock, director, en plena posesión de sus conocimientos, respeta las reglas básicas (comerciales impuestas por las productoras) oponiéndose a ellas de manera muy sutil pero constante. El maestro suspende al espectador en una atmósfera cargada de amenazas visuales desde la primera toma (inicio, por ejemplo de Yo confieso (1953) con calles lóbregas, un cartel en flecha usado como índice acusador) ralentizando las acciones y los gestos de los actores o creando efectos de luz, color, música, etc., que mantienen un continuado aire de intriga o miedo; una expectativa de lo que va o puede pasar, pero que nunca pasa de inmediato; una expectativa ansiosa que puede que se vuelva sorprendente, incluso insoportable. Estas son algunas de las cosas que vio Truffaut en el cine de Hitchcock.
Hitchcock, dotado escasamente por la naturaleza para atraer la atención de otros seres humanos, según los cánones de Hollywood, era un tipo regordete y con escasa estatura que aparece siempre en algún momento de todos sus filmes para, tal vez, reafirmar su personalidad. Lo cierto, sin embargo, es que compensó con creces  a través de su forma de hacer cine, de su dominio total sobre esta, sobre lo que ocurría en una pantalla de cine, sus propios complejos. Encuadres, tomas o enfoques originales, inversión de planos, desenfoques y demás exquisiteces visuales que le pueden acercar a los mundos creativos de Eisenstein o de Griffit)… Hitchcock crea las expectativas para que se produzca una explosión de emociones que de pronto es capaz de congelar en una mirada o en un gesto, con un simple movimiento de cámara. Una revolución cinematográfica de amplio calado y recetas aparentemente sencillas.
En cierta medida, Hitchcock llevó adelante no solo una revolución audiovisual a través de la forma, sino que aportó el germen de una rebeldía personal que compartió con otras gentes del cine, por mor a superar las rigideces impuestas por los códigos estéticos, e incluso éticos, de las grandes productoras.
Hitchcock a su modo, un tanto cazurro, aparentemente simple en el contenido (tramas o argumentos poco o nada interesantes) pero complejo en lo estético y formal ponía en cuestión todo ese mundo de reglas impuestas por y para la rentabilidad económica. Así fue su oposición, primero larvada y luego más activa, junto a otros directores y guionistas contra el código Hays, que imponía reglas morales que excluían por inmorales desnudos, escenas de cama o besos prolongados, según los censores, sospechosas de pornografía. Varias de sus cintas son bellísimos ejemplos de besos muy prolongados (un morreo continuo pleno de lascivia, que no acaba por mostrarse explícitamente…). No hay más que recordar las secuencias eróticas de Encadenados (1946), La ventana indiscreta (1954) o Con la muerte en los talones (1959).  

El libro de Truffaut es de muy recomendable lectura. Toda aquella persona que se acerca a sus páginas redescubre también el poder de sugestión de Hitchcock, que utiliza el cine como una herramienta para expresarse a través de impresionarnos (parece contradictorio). Para Truffaut “dos escenas de suspense jamás estarán unidas en una película suya por una escena corriente, pues Hitchcock tiene horror a lo corriente”. Todo en su cine es más o menos anormal, o lo parece.
Hitchcock, al que gusta partir de la realidad, explica candorosamente a Truffaut, que esta puede ser tan anodina que es necesario dramatizarla. En Falso culpable (1956) el parecido de unas caras y una vestimenta determinada llevan a una falsa identificación que acaba con la detención de un ciudadano corriente, padre de familia, músico de profesión que ve trastocada su vida y la de sus familiares. Un suceso anodino que Hitchcock convierte en importante. Lo que le interesa de verdad no es precisamente la trama (sacada de un suceso corriente) sino la reacción de todos y cada uno de los personajes ante las falsas apariencias. Se trata de “retratar” unos comportamientos ante lo inesperado, ante lo que sucede a contracorriente.

Izquierda: Cartel original de un reciente documental sobre El cine según Hitchcock.

Abajo: Fotograma de la película Psicosis (1960), con Janet Leigh y John Gavin.
 










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